Son muchos los libros, ay, que pasan desapercibidos, o
casi. Me temo que este es uno de ellos. Y no será porque sea de una
desconocida. O porque se publique en una editorial minoritaria. Es más,
los poemas de
Mary Shelley, la veinteañera autora de Frankenstein, se traducen
aquí por primera vez, aunque en la página web de Visor no se mencione por
ninguna parte el nombre de la traductora: Victoria León.
La escritora londinense vivió entre 1797 y 1851 y era hija de los filósofos William Godwin y Mary Wollstonecraft, que escribió La Vindicación de los Derechos de la Mujer, al parecer, libro fundacional del feminismo.
Muy joven inició una relación sentimental con el poeta y filósofo romántico Percy Bysshe Shelley, que estaba casado. Pasaron un verano en Suiza (clave en su carrera de escritora), viajaron por Europa y al regresar a Inglaterra –ella embarazada– sufrieron el aislamiento social, tuvieron deudas constantes y se les murió su hija. Dos años después se casaron, tras el suicidio de la primera esposa de Percy. Vivieron una relación apasionada, donde no faltaron nuevas desgracias, como el fallecimiento de dos hijos más. Residiendo en Italia, su marido, que aún no tenía treinta años, se ahogó en una tormenta mientras navegaba en su velero Don Juan.
“Los poemas Mary Shelley –nos explica León en su esclarecedor prólogo– quedaron en gran parte inéditos en vida de la autora y han permanecido hasta hoy prácticamente desconocidos para el público, llegándonos dispersos a través de sus diarios o publicados en revistas de la época”. “Siguen sin contar, hasta donde sabemos, de una edición crítica y rigurosa”. Y añade: “No es raro en la historia literaria que el gran éxito de un autor en un género determinado ensombrezca el resto de su obra incluso a sus propios ojos”. Cree que “la enorme calidad” de su poesía “hace necesario conocerla y sacarla a la luz como en muy pocos de esos casos”. Destaca de ella su “extraordinaria intuición” y subraya que “vuelca su dolor, sus recuerdos y su profunda melancolía en unos poemas íntimos cuyo tono menor y confesional, como si hablara consigo misma en un ejercicio catártico y privado, hoy nos resultan más naturales y cercanos que la grandilocuencia del romanticismo más retórico”.
Fueron escritos durante la década de 1820 y 1830, después de la fuga amorosa, el rechazo familiar y social el duelo por la muerte de sus hijos y, en fin, aunque hubo más acontecimientos lamentables, el “absurdo naufragio” que se llevó para siempre al amor de su vida. Desde ese momento su existencia fue, no lo dudamos, otra. Al lado de un hijo de Percy que la haría al cabo más llevadera
Son, sí, poemas “palpitantes y obsesivos, nacidos al calor de una sensibilidad en carne viva, pero también de una mente enérgica e inconformista que desesperadamente busca asideros en el abismo de una existencia trágica”. Así, “la contemplación de la naturaleza” y “la belleza del paisaje italiano”. Precisa que “incluso cuando nos hallamos ante puras destilaciones del dolor más íntimo, los versos de Mary Shelley cuentan con el poso de una madurez creadora que sabe dar serena y sólida arquitectura a la expresión poética, tanto en sus manifestaciones más breves y musicales como en los poemas más extensos y discursivos”.
Pocos son los que componen este libro. En París debieron perderse sus primeros versos. No importa: bastan. Son de amor y giran, salvo excepciones (como “Una escena nocturna”, de un “delicado erotismo”, dedicado a su amiga de adolescencia Isabel Baxter y que León adelantó en la revista literaria digital La salamanda ebria), en torno a ese suceso inasumible que la separó de su joven amado.
“El elegido” abre la serie. Es extenso y acaso el poema fundamental del conjunto (ya publicado por León, con una nota aclaratoria, en el número 145 de la revista Clarín a principios de 2020), donde leemos: “El que elegí. El mío. El que tuve y perdí / bajo un rojo crepúsculo del último verano”. “Con él me abandonaron la vida y la esperanza”. “El cielo es una cripta; toda Italia, una tumba”. “Aquí, en este pasado, se sostiene mi espíritu”.
Le siguen, entre otros, “La ausencia” (“¿No hay estrella que alumbre tanta noche? / ¿Ni amanecer que traiga algún consuelo?”), “Un canto fúnebre” (“Sobre la arena yaces, amor mío”), “Cuando yo me haya ido, esta arpa que suena” (“¡Oh, Memoria, bendito por siempre tu consuelo!”), “Olvidaré tus ojos cargados de ternura” (“Aunque sea de noche, tú no regresarás”), “Tristemente arrastrados por las olas” (“¿Por qué tardas? Ya nunca construirás / en el sereno bosque nuestra casa”), “Tu sol sigue brillando, hermosa Italia” (un hermoso poema epigramático de regusto clásico donde escribe: “Guardan tus bellos campos / las sagradas cenizas del que se fue tan pronto”), “Igual que una estrella surgiste en mi vida” (“Será la memoria cura en mi dolor”) o “Ven a verme en mis sueños” (“No habrá para mí mayor regalo”).
Al margen de ese tema, “Oda a la ignorancia” (otro poema largo donde hace alusión a los políticos, que “cantan de alegría / y reciben el oro de su oficio / sin mezcla alguna de plebeyo esfuerzo. / El pueblo desempeña, mientras tanto, los trabajos pesados y padece: es la suerte que el vulgo ha de sufrir) y “Fama” (irónico poema dedicado a otro político: Edward Bulwer-Lytton, autor de Los últimos días de Pompeya).
Me gustaría destacar la pulcritud con que están traducidos estos versos. Se nota a la legua que Victoria León es poeta. Y una consumada traductora del inglés (a veces, en colaboración con Luis Alberto de Cuenca). De autores como Oscar Wilde, Ford Madox Ford, R. L. Stevenson, Arthur Conan Doyle, Alfred Tennyson, Rudyard Kipling, William E. Henley y Edward FitzGerald.
Anota en el citado prólogo que ha querido ofrecer “una
versión en la que el objetivo primordial fuera armonizar la fidelidad al
espíritu de cada texto original con su eficacia como poema en la lengua de
llegada”. Lo consigue, sin duda. Lo “poético” prima sobre lo meramente “literal”,
lo que hace más loable el “descubrimiento” de la poesía de Mary Shelley.
Poemas
Mary Shelley
Traducción de Victoria León
Visor, Madrid, 2021. 80 páginas. 12 €
La escritora londinense vivió entre 1797 y 1851 y era hija de los filósofos William Godwin y Mary Wollstonecraft, que escribió La Vindicación de los Derechos de la Mujer, al parecer, libro fundacional del feminismo.
Muy joven inició una relación sentimental con el poeta y filósofo romántico Percy Bysshe Shelley, que estaba casado. Pasaron un verano en Suiza (clave en su carrera de escritora), viajaron por Europa y al regresar a Inglaterra –ella embarazada– sufrieron el aislamiento social, tuvieron deudas constantes y se les murió su hija. Dos años después se casaron, tras el suicidio de la primera esposa de Percy. Vivieron una relación apasionada, donde no faltaron nuevas desgracias, como el fallecimiento de dos hijos más. Residiendo en Italia, su marido, que aún no tenía treinta años, se ahogó en una tormenta mientras navegaba en su velero Don Juan.
“Los poemas Mary Shelley –nos explica León en su esclarecedor prólogo– quedaron en gran parte inéditos en vida de la autora y han permanecido hasta hoy prácticamente desconocidos para el público, llegándonos dispersos a través de sus diarios o publicados en revistas de la época”. “Siguen sin contar, hasta donde sabemos, de una edición crítica y rigurosa”. Y añade: “No es raro en la historia literaria que el gran éxito de un autor en un género determinado ensombrezca el resto de su obra incluso a sus propios ojos”. Cree que “la enorme calidad” de su poesía “hace necesario conocerla y sacarla a la luz como en muy pocos de esos casos”. Destaca de ella su “extraordinaria intuición” y subraya que “vuelca su dolor, sus recuerdos y su profunda melancolía en unos poemas íntimos cuyo tono menor y confesional, como si hablara consigo misma en un ejercicio catártico y privado, hoy nos resultan más naturales y cercanos que la grandilocuencia del romanticismo más retórico”.
Fueron escritos durante la década de 1820 y 1830, después de la fuga amorosa, el rechazo familiar y social el duelo por la muerte de sus hijos y, en fin, aunque hubo más acontecimientos lamentables, el “absurdo naufragio” que se llevó para siempre al amor de su vida. Desde ese momento su existencia fue, no lo dudamos, otra. Al lado de un hijo de Percy que la haría al cabo más llevadera
Son, sí, poemas “palpitantes y obsesivos, nacidos al calor de una sensibilidad en carne viva, pero también de una mente enérgica e inconformista que desesperadamente busca asideros en el abismo de una existencia trágica”. Así, “la contemplación de la naturaleza” y “la belleza del paisaje italiano”. Precisa que “incluso cuando nos hallamos ante puras destilaciones del dolor más íntimo, los versos de Mary Shelley cuentan con el poso de una madurez creadora que sabe dar serena y sólida arquitectura a la expresión poética, tanto en sus manifestaciones más breves y musicales como en los poemas más extensos y discursivos”.
Pocos son los que componen este libro. En París debieron perderse sus primeros versos. No importa: bastan. Son de amor y giran, salvo excepciones (como “Una escena nocturna”, de un “delicado erotismo”, dedicado a su amiga de adolescencia Isabel Baxter y que León adelantó en la revista literaria digital La salamanda ebria), en torno a ese suceso inasumible que la separó de su joven amado.
“El elegido” abre la serie. Es extenso y acaso el poema fundamental del conjunto (ya publicado por León, con una nota aclaratoria, en el número 145 de la revista Clarín a principios de 2020), donde leemos: “El que elegí. El mío. El que tuve y perdí / bajo un rojo crepúsculo del último verano”. “Con él me abandonaron la vida y la esperanza”. “El cielo es una cripta; toda Italia, una tumba”. “Aquí, en este pasado, se sostiene mi espíritu”.
Le siguen, entre otros, “La ausencia” (“¿No hay estrella que alumbre tanta noche? / ¿Ni amanecer que traiga algún consuelo?”), “Un canto fúnebre” (“Sobre la arena yaces, amor mío”), “Cuando yo me haya ido, esta arpa que suena” (“¡Oh, Memoria, bendito por siempre tu consuelo!”), “Olvidaré tus ojos cargados de ternura” (“Aunque sea de noche, tú no regresarás”), “Tristemente arrastrados por las olas” (“¿Por qué tardas? Ya nunca construirás / en el sereno bosque nuestra casa”), “Tu sol sigue brillando, hermosa Italia” (un hermoso poema epigramático de regusto clásico donde escribe: “Guardan tus bellos campos / las sagradas cenizas del que se fue tan pronto”), “Igual que una estrella surgiste en mi vida” (“Será la memoria cura en mi dolor”) o “Ven a verme en mis sueños” (“No habrá para mí mayor regalo”).
Al margen de ese tema, “Oda a la ignorancia” (otro poema largo donde hace alusión a los políticos, que “cantan de alegría / y reciben el oro de su oficio / sin mezcla alguna de plebeyo esfuerzo. / El pueblo desempeña, mientras tanto, los trabajos pesados y padece: es la suerte que el vulgo ha de sufrir) y “Fama” (irónico poema dedicado a otro político: Edward Bulwer-Lytton, autor de Los últimos días de Pompeya).
Me gustaría destacar la pulcritud con que están traducidos estos versos. Se nota a la legua que Victoria León es poeta. Y una consumada traductora del inglés (a veces, en colaboración con Luis Alberto de Cuenca). De autores como Oscar Wilde, Ford Madox Ford, R. L. Stevenson, Arthur Conan Doyle, Alfred Tennyson, Rudyard Kipling, William E. Henley y Edward FitzGerald.
Mary Shelley
Traducción de Victoria León
Visor, Madrid, 2021. 80 páginas. 12 €