18.1.22

Jose

Me entero a destiempo (ayer viajamos a Madrid) de la muerte de José Antonio Valencia (Jose para nosotros), el que fuera dueño -desde 1975- del famoso bar Español, situado en los portales de la Plaza Mayor de Plasencia. En mi memoria infantil y adolescente está, no obstante, al frente de otro bar, el Monterrey, ubicado en la calle de Rey, precisamente, que entonces aún se llamaba Marqués de la Constancia. Aunque olvido, tengo vivas imágenes de las visitas dominicales y festivas con mis padres para disfrutar de su maravillosa ensaladilla rusa; la que su mujer, Pache, cocinó durante años ya en el Español y que algunos tanto echamos de menos a pesar del tiempo transcurrido. 
Hemos sido clientes habituales de ese local. De hecho estrenamos el año con unos arroces de la casa. Ahora vamos a por la paella sabatina, que rara vez probamos porque se agota enseguida. Esta es una ciudad de rutas por los bares que la mayoría traza en función de las tapas que puede degustar en cada uno. 
Volviendo a Jose, destacaría de él su simpatía, nada forzada o profesional, y su saber hacer y estar, algo fundamental en alguien que está detrás de un mostrador, más allá de su condición de jefe o empleado. La indiscreción evidencia falta de oficio. 
Yolanda diría que era cariñoso, lo que sin duda secundo. No perdió, de cara al público, su natural alegre ni siquiera cuando la inesperada muerte de su hija en plena juventud se cruzó en el camino y les cambió la vida. 
Le gustaba el campo (era propietario de una finca) y en el bar, cuando aquello no era pecado, nunca faltaban, por ejemplo, las corridas de los San Isidro retransmitidas por Canal +. 
Siempre estaba pendiente de todo, con agilidad y diligencia, y eso no lo había perdido incluso estos últimos años en los que, ya jubilado y con la salud quebrada, se sentaba a diario en uno de los veladores de la terraza (donde solía comer con su esposa) y miraba cuanto ocurría a su alrededor con la consciencia de que ese negocio seguía siendo de alguna manera el suyo. No era así, cierto, pero su huella está presente en la forma de proceder de su hijo, Emilio, y se advierte en su nieto, Álvaro, que acaba de recibir, en nombre de su familia, el Premio San Fulgencio del Ayuntamiento placentino con motivo del primer centenario de la apertura del establecimiento. Mi pésame para toda la familia. 
En la fotografía del HOY, realizada por David Palma, se le ve (es el primero por la izquierda) junto a su hijo Emilio y algunos camareros, como Pedro, jubilado, y Fernando, ya fallecido, que tantas noches nos atendió cuando Gonzalo y yo llevábamos el Aula de Literatura y solíamos cenar allí con los escritores de paso. Una imagen, por cierto, que a los nostálgicos les recordará el antiguo diseño del local, más cálido y tradicional que el limpio y aséptico que hoy luce. 
En la pequeña memoria provinciana y placentina de estas últimas décadas no debería faltar un rincón para este hombre cabal a la altura de sus circunstancias, que acabaron siendo también las nuestras. Descanse en paz.