9.3.22

Cuatro poetas de la claridad

La casualidad ha querido que me cruzara con estos cuatro libros que voy a comentar. Dos son del año pasado y los otros dos de este. De entre todo lo que llega, uno tiene que elegir. Eso es fácil a veces. Porque el libro en cuestión es de un autor cuya poesía aprecias, al que puede que conozcas (el patio lírico es pequeño) e incluso porque sea tu amigo. En otras ocasiones... 
Si hablo de los cuatro a la vez es porque, a pesar de que cada uno posee una voz propia, tienen algo en común. La claridad, por decirlo con una sola palabra. Sí, la poesía que guardan es transparente. Sencilla, pero profunda. Nada más vano e insustancial que cierta prepotente pirotecnia verbal que pasa, o eso querrían sus practicantes, por compleja. Complicada y gracias, pura filfa. Estos versos, sin embargo, son fruto de la naturalidad y, por eso, fieramente humanos. En ellos, lo real -la vida de cualquiera- se abre paso. Con el tono asordinado de lo dicho confidencialmente y en voz baja, cuando se conversa.  
Dos de los poetas son, digamos, de la generación de los 70 y otros dos de la siguiente, la del 80 o de la Democracia. Los primeros nacieron en 1948 y 1954, respectivamente. En el 60 y el 64 los segundos. Hablo, en orden de aparición, del venezolano (de Valencia) Alejandro Oliveros, del coruñés Xavier Seoane, del alicantino Antonio Moreno y del madrileño Antonio Cáceres. De sus libros: Poemas de la luna líquida (Pre-Textos), Razón del desencanto/Razón do desencanto (Reino de Cordelia), Lo inesperado (Renacimiento) y La luz más quieta (Fundación José Manuel Lara/Vandalia). 
Oliveros, uno entre tantos poetas venezolanos de categoría, ya reunió en la misma editorial valenciana su poesía escrita entre 1974 y 2010 bajo el título Espacio en fuga. En su última entrega están muy presentes las circunstancias políticas de su país y, en consecuencia, el mal del exilio. Nada más lejos, sin embargo, de la poesía social o de protesta (léase "A la manera de Bertold Brecht" y "De guerras y revoluciones", tan actuales). No, la discreción y la elegancia son también elementos comunes de estos cuatro libros cuyos autores, por penosas que sean sus vidas (y, como casi todas, lo son siquiera a ratos), no se dejan llevar por el desgarro o la queja. Por "Cuaderno de Milán", primera parte de Poemas de la luna líquida, pasan Mallarmé en Tournon ("La melancolía / se ha apoderado de mí..."), Machado en Madrid, Milosz en Berkeley, Zhivago en Moscú, él en su tierra natal (que es la infancia, con sus padres y su tío en Playa Blanca, Nirgua y Bejuma) y en Roma, Ferrara y Milán, con su nieto Alessandro. En "Luna líquida" están los sueños, las nubes, la música, Manrique, los muertos ("Los únicos / que saben de la vida")... En "Exilios" ("Cada exilio / es de la muerte un ensayo") un puñado de poemas memorables, a cada cual mejor. Termina con "Antología griega. Imitaciones y anónimos", otra delicia. Por ejemplo, "Anónimo de Siracusa" o "Anónimo alejandrino". En los dedicados a Heliodoro y Siro, Venezuela está al fondo. 
Razón del desencanto/Razón do desencanto, el libro -en edición bilingüe- de Seoane, participa del diario y de la crónica. Está divido en nueve partes y todas rezuman vida. Vivencias. Las de un hombre que echa la vista atrás, recuerda y escribe. Estos poemas. De la infancia, la belleza, la juventud... Viajes, guateques, manifestaciones, confesionarios, lugares, naufragios... De cómo eran las cosas entonces, con la política o la religión. Crónicas, en suma, de "un tiempo sin retorno" que, sin embargo, queda atrapado y rememorado en estos versos que fluyen con naturalidad desde la memoria. Tienen, claro, su porción de "recuento" o balance. Está también la muerte de la madre, su ciudad marítima (los cafés, el puerto, las gaviotas, sus cielos). En "Del azul", la quinta sección, lo meditativo se impone y la melancolía aflora. "Amé la vida como quien se enfrenta / a un vago sueño". En "Plegarias", los alumnos que pasaron por sus aulas o una anciana que empuja su carrito. "La vida es un misterio, una muda tragedia", dice, y ya se ve que el verso es a veces aforismo. En "El arte" elogia a Morandi, otro poeta. Su tesón y su paciencia. "Mirar era sentir, saber, soñar". "Blues de la derrota" cierra este libro -tan ligero como denso, tan asequible como hondo- de un hombre que ha alcanzado la triste edad del no retorno y que gustará especialmente a los que, nacidos en España, ya estamos ahí. 
Lo inesperado, ahonda en la ya larga trayectoria poética de Antonio Moreno. De pocos poetas españoles contemporáneos se siente uno más cerca. "Hay algo dulce en caminar a solas". ¿Se puede empezar mejor un libro? ¿Un verso así no nos impulsa a seguir leyendo como quien emprende un apetecible paseo? Pronto, lo humilde, razón de ser de esta poesía. La vaina del guisante, el tomillo. Y los pinos, las viñas, los grillos ("El universo leve de los grillos"), el canto rodado, la maceta que le regaló su madre muerta, el rellano de una escalera, la flor de Pascua... Su poesía es una incesante meditación. Y un bonito, envidiable canto de amor: "Andan juntos", "Nocturno en Jávea"... A Bárbara.
En "La mañana", la luz, el Mediterráneo. En "El ser aislado", "De sí mismo" y "Nec spe nec meta" (sin miedo ni esperanza, "porque a esta edad, después de tanto, ya / se sabe, no se espera nada y duele, / sin embargo, decir adiós al mundo"), la identidad. La natural sencillez de esta escritura está presente en "El padre". En "Como Ulises", un poema breve, su solvencia lírica. 
"En una cala" leemos: " No es quien mira el que da sentido al mundo: / el mundo se lo da al que ve y escucha / con un fervor nacido de las cosas". 
"Ascética" no deja de ser, y perdón por la rima, una poética. "Lo inesperado", una indagación sobre el alma. 
Como ha escrito Andrés Trapiello (que fue editor de Moreno), "la naturalidad es a menudo la facilidad de lo difícil". Una frase que bien podría aplicarse al modo de decir del poeta.
No es extraño, como se nos indica en una nota final, que la inmensa mayoría de los poemas que componen este libro estén escritos en apenas cuatro meses. La unidad de tono es evidente. Y que se concibieron en estado de gracia, también. 
De Antonio Cáceres comentamos aquí, hace cuatro años, su penúltimo libro: Tono menor, cuyo título alude a su poética y, si no me equivoco, a la de los autores que reúno en esta reseña. Al menos ya hay alguna fotografía suya en internet. Sí, "una música antigua que es humilde" podría ser un lema de su poesía. Sin necesidad de recurrir al manido recurso del vino, está claro que ésta envejece muy bien. O, mejor, que Cáceres escribe, a medida que se hace mayor, cada vez mejor. Los poemas de La luz más quieta  lo demuestran de sobra. La luz, que no sólo brilla en el título, es una palabra clave (léase "¡Luz, más luz!". Y es que de iluminar se trata. Lo que aparece en un sugerente estado de "vigila ensoñada". Sin temor a la rima y al metro clásico. Y a pesar de que siempre es arriesgado escribir sobre sueños. Desde la incertidumbre: "No sé muy bien ahora dónde estoy. / Mis pasos ¿hacia dónde van?". Sobre la identidad, tema eterno, indaga. En poemas como "Desnudo (La visita del ángel)" o el machadiano "Conversación". La memoria, el amor ("Pequeña albada"), un mandarino, los veranos de la infancia (cuando estaba en el Balneario del Carmen o en Babia), como un niño que mira por un caleidoscopio, fijan "Allí, esa luz más quieta". Y la lechuza, un álamo, la tierra en barbecho ("Es la belleza / que salta donde quiere / y por sorpresa"), el galgo, los cielos de Zahora, la ropa tendida, los libros ("Si hay cerca de los libros un jardín, / no os falta nada"), los estorninos... También las máscaras (la identidad de nuevo) y la tristeza. En "Era el abril más triste" narra su dura experiencia con el covid, como no había leído hasta ahora. (Aclaro que no conozco el libro de Fernando Beltrán, aunque sé que va de eso.) Al final, poemas tan logrados como "ideario mínimo de año nuevo", "Lampas (Museo de Mérida)", "Nadieshda Mandelshtam cuida la memoria de Ósip" o el gongorino y virtuoso "Nostalgia de la Tercera Soledad".
Creo que ha sido una suerte poder leer estos cuatro libros. Por eso me he atrevido a comentar en voz alta esa gustosa experiencia.