16.4.23

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Adam Zagajewski
Traducción de Xavier Farré
Acantilado, Barcelona, 2023. 80 páginas. 
 
Tras conseguir el Premio Príncipe de Asturias y antes de lograr el Nobel, que sus lectores esperábamos, murió hace dos años en Cracovia (ciudad protagonista de En la belleza ajena, donde los españoles lo descubrimos) el poeta polaco Adam Zagajewski (Leópolis, actual Ucrania, 1945). Al mencionado libro le siguieron, en Acantilado, los de poesía Tierra del fuegoDeseo, Antenas, Mano invisible Asimetría; los ensayos En defensa del fervorDos ciudadesSolidaridad y soledad Releer a Rilke; y la autobiografía Una leve exageración. De otro lado, Pre-Textos, que está en el origen de su presencia en nuestro país, editó pronto la antología Poemas escogidos.
Ve ahora la luz su última entrega, publicada en Nueva York por Farrar, Straus and Giroux el año de su fallecimiento. De nuevo el poeta catalán Xavier Farré se ocupa de verter con elogiable solvencia sus poemas al castellano. Otra vez, su voz inconfundible es música para nuestros oídos.
La obra se abre con una cita muy bien traída de Lévinas: “La verdadera vida está en otro lugar, pero nosotros estamos aquí”. A esa menuda, humilde y cierta realidad se aferra Zagajewski. Desde la claridad de lo natural, digamos. Contra lo rebuscado, retórico o solemne. Léase el paradigmático “Breves instantes” o “Higos”.
Desde el principio, su inteligente ironía melancólica (su “oscura felicidad”). Como cuando recuerda un verso de Bursa (“el poeta sufre por millones”) y celebra la suerte de los que “sólo sufren por sí mismos”. O cuando, escuchando a Chopin, afirma: “Es la eternidad / pero pronto terminará”.
También, como ser bondadoso que fue, la piedad: “Sólo existe la compasión / de las personas, animales, árboles y cuadros. / Aunque siempre con retraso”. Ahí, su mundo. El nuestro. “Uno quisiera entrar en su corazón”, dice al ver una vieja fotografía de su padres.
El tono es meditativo. Transmite serenidad, sosiego. Incluso cuando asevera: “No sabemos nada. Vivimos en la oscuridad”. “Dios está en otro lugar”, leemos, como los versos anteriores, en “Domingo”.
Vuelve el poeta viajero: “sólo los poetas pueden vivir donde sea”. El que visita Santiago de Compostela, Estambul (“en el sol / del sur”), Córdoba (“Aquí la memoria es más fuerte que el tiempo”), Siena, Sambor, Drohóbych, Bełżec, Tierra Santa (“Donde estaba la felicidad”)… El que regresa a Leópolis, “pero la ciudad ya no estaba”. El que cruza fronteras: “las fronteras están en todos sitios”. El del Este: “Esto es el Este sin sol, esto, el sol / sin verano, desde aquí ya estamos cerca / de los lugares definitivos, de los inicios, del límite, / de la tierra negra, de las arias sin final”.
Vuelve el poeta de la memoria. La lejana (“Calle Arkońska, 7”, “Tengo quince años”) y la cercana, de convalecencia: “Porque un hospital en mayo, / queridos míos, no es un hospital”. La de la guerra y el Holocausto. La de los suyos: la madre (“Día del Santo”) y el abuelo Karol (“Pestillo”).
No faltan biografías (“encontrarse en el bosque oscuro de una vida ajena”) y semblanzas. De un viejo pintor anónimo o de personas reales: Gałczyński (“¿Qué hace alguien que es poeta / en el ejército, en el hospital, en el mundo?”), Faber, CK Williams (“La amistad es inmortal y no necesita / muchas palabras. Es paciente y tranquila. / La amistad es la prosa del amor”), Frénaud, Améry, Pound, Šalamun…
Ni los museos, la arqueología (“Una ciudad romana de provincias”, un homenaje a Cavafis y a “lo divino”) y el arte (Rembrandt, por ejemplo).
“Seguimos olvidando qué es la poesía / (o tal vez sólo me pasa a mí)”. Y añade: “La poesía es un viento que sopla de los dioses, / dice Cioran citando a los aztecas”. Eso sí, no siempre, precisa, lo que no hace al caso. Después de leer estos poemas, para nosotros póstumos, me atrevo a afirmar que, en ellos, la eternidad pronto, lo que se dice pronto, no va a terminar.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL