El que menos sabe, último libro de poemas de Sánchez
Santiago (Zamora, 1957), publicado por Eolas, fue elegido por los críticos de poesía
de este suplemento como el mejor de 2024. Unos meses después se alzaba con el
Premio de la Crítica, feliz sorpresa que honra a un jurado honesto y, de paso,
fija el foco lector en una obra poética rigurosa, digna de reconocimiento. Por
eso, qué oportuna la salida a escena de esta muestra que reúne sesenta y tres
poemas seleccionados por el autor de entre sus siete libros, una plaquette y
algunos inéditos incluidos en su poesía reunida: Este otro orden (1979-2016).
En “Recado menor”, el poeta afirma: “Toda antología es un
error porque proviene de una amputación […] que hace perder cualidad orgánica a
la compacidad de una escritura poética”.
Añade que “en la trayectoria de cualquier poeta puede
advertirse una suerte de ensamblaje que crea relaciones e interdependencias –visibles
o discretas– entre los poemas”. Concluye: “No hay, pues, nada gratuito en la
poesía: ni las palabras ni el orden de emplazamiento de los poemas ni siquiera
la cantidad de silencio que hubo entre libro y libro. Todo da cuenta de un
sentido y una dimensión”. ¿Entonces? Elige. A sabiendas, sí, de que “el poeta
es el que desordena, el que menos sabe”. No lo hace a ciegas, sino conformando
un nuevo libro que logra su propia organicidad por medio de una compacta ensambladura.
Pura coherencia.
Este “poeta lento y dubitativo” ha escogido un título acorde
al “quehacer de la escritura”, que “exige una aplicación morosa que conlleva
algo parecido a una escucha interior para advertir la resonancia íntima de las
palabras”. “En la poesía hay que esmerarse”, sostiene, y lo justifica en su
poema “El esmero”. De eso da fe esta “antología temática” dividida en cinco
secciones.
La primera, “Inmediaciones”, reúne poemas “que aluden
directamente a seres que estuvieron o están cerca de mí”: el padre (“Mi padre
se hace viejo”, el que me reveló hace tanto que TSS era un poeta verdadero), la
madre (“Mercado de abastos”), el hijo, Ana ( “tanta vida al lado”, reza la
dedicatoria del conjunto), las primas, los amigos muertos…
La segunda, “Intimas rozaduras”, se organiza en torno a “lo
menudo” (una actitud, un carácter). También al “territorio”: “Mi patria, la
única patria / que me importa / tiene la escasa estatura de lo inadvertido / y
cabe en el relámpago de los parpadeos”.
La tercera, “De lo contrario”, aborda la “resistencia
crítica contra la inercia del mundo”. El “Derecho de todo el mundo a buscar su
antes”, escribe en “Página”. “Es el final de un país asilvestrado en el
bienestar”, leemos en “Los que agitan el mundo”.
La cuarta, “Los días laborables”, es realidad un arte
poética, como bien dice la prologuista, Ana
Isabel Martín Ferreira, en su ”antesala”. Allí leemos: “No levantas del reino
de los signos”. “Cuando escribes te manchas de ti mismo”. “Qué oficio extraño
este”. Y, a lo Juan Ramón, con ironía: “¡Incompetencia, dame tú el último
nombre de las cosas!”.
La quinta, “Rienda suelta”, incorpora versos “acogidos en
una especie de bazar sin norma”, como uno de los de la zamorana Calle Feria de
su infancia. No faltan aquí el amor (“Plegaria para salvarla a ella”), las
cajeras (“mujeres ensopadas por la melancolía”), un cementerio de coches o “Los
árboles”, el hermoso poema que recogimos Jordi Doce y yo en la antología Quedan
los árboles.
“Siempre cantaré cerca de lo innombrable”, reconoce. No
obstante, su poesía es luminosa. Escrita, “sin dar la espalda a la realidad”, con
“las palabras desechadas de los hombres”.
Tomás Sánchez Santiago
Castilla Ediciones, Valladolid, 2025. 160 páginas. 15 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.