28.10.25

Extremeños

Hace tiempo que crece la columna de libros de poemas de autores extremeños publicados en los últimos tiempos. He leído algunos y esperan su momento otros. Las circunstancias mandan. Para poesía, ay, está uno lo justo. Y menos. A pesar de eso, quiero dar cuenta aquí de esos títulos, siquiera sea para demostrar lo que no haría falta: que el momento lírico de este rincón (se publiquen aquí esos libros o no) es espléndido, por usar el adjetivo preferido de Castelo, al que recordaremos en Badajoz a primeros de noviembre. Sin orden de prelación, digamos, enumero. 
Vida en el finde David Eloy Rodríguez (Cáceres, 1976). Del mismo autor, el prólogo y la edición de La mano en el fuego, la poesía íntegra del malogrado poeta Juan Antonio Bermúdez, que nació en Jerez de los Caballeros en 1970 y murió en Sevilla en 2022. 
Peor que pedir, de Antonio Méndez Rubio (Fuente del Arco, 1967), un libro que reseñó con solvencia Jordi Doce en El Cultural. 
Condición partisana, de Jesús García Calderón (Badajoz, 1959), que aparece al mismo tiempo que su perspicaz ensayo La era de los nombres ocultos (Sobre la intimidad vencida y la identidad digital) y que uno ha reseñado para Revista de Estudios Extremeños. 
Puer delicatus, de Ángel Borreguero (Badajoz, 1996), afianza la sorpresa que nos causó su ópera prima: Putitos. Único. 
Cantares del más acá, de Jorge Solís (Cáceres, 1991), lleva un subtítulo tan atractivo como inquietante: "Un objeto metapoético inspirado en el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz". 
Santuarios, de Tente Garrido ((Plasencia, 1980), da un paso decisivo en la ascendente carrera de este poeta por encima de todo musical. 
Tránsitos, de Jesús María Gómez y Flores (Cáceres, 1964) culmina el ciclo (trilogía). Ilustran el libro los dibujos de Matilde Granado Belvís.  
Remolinos y remansos, de Jorge Camacho Cordón (Zafra, 1966), es una antología de un poeta que hasta 2016 escribió en esperanto. Su primer libro en castellano se tituló Palestina estrangulada
Lisboa caminada, del incansable Antonio María Flórez (donbenitense de Marquetalia, 1959), vuelve a demostrar que sobre esa ciudad de la poesía todavía no está todo dicho. 
En ella vivió precisamente y sobre ella escribió un libro inolvidable, La ciudad blanca, Ángel Campos Pámpano al que Suso Díaz Estévez dedica (en gallego y a partir de versos del sanvicenteño) Diálogo en ausencia de Ángel Campos Pámpano
Cierro la lista, de momento, con Jardín cerrado, de Carlos García Mera, al que Basilio Sánchez y yo hemos puesto sendos textos en la contracubierta. Copio el mío:

García Mera podría hacer suyos los versos de Sophia de Mello Breyner Andresen: Escrevo para entender a mim mesmo. De raíz meditativa, su poesía atiende a la humildad y la lentitud. Sus versos se inspiran en la naturaleza y, desde la contemplación, construye metáforas cargadas de belleza y verdad: “El poema es una majada /donde se refugia el sol de los rebaños”.
Es alguien a la busca de “un mundo limpio”, el que se atisba a través de este lenguaje deliberadamente intemporal, de resonancias clásicas, que indaga en el “misterio de lo humano”. “Para evitar la demasía de las palabras / vivo adentro”, precisa. Aspira a “Quedarse en uno mismo, / sentarse ante la mesa / que el silencio dispone”.
Introspectivos y lúcidos (“Somos Ícaros abrasados por el idioma de la luz”), gracias a un ritmo que revela su formación musical, estos fragmentos de un único, extenso poema, se ajustan a lo expresado por la poeta portuguesa: Digo para ver.

Para terminar, necesito dar cuenta de un ensayo (sí, es más que un artículo extenso) que no merece pasar desapercibido. Lo firma el poeta Serafín Portillo y se publica en la (nueva) Revista de Estudios Extremeños que ahora dirige, con la solvencia que le caracteriza, Luis Sáez Me refiero a "La naturaleza en la poesía extremeña contemporánea". Excelente. Un hito, no me cabe duda, en la bibliografía selecta acerca de la poesía escrita por extremeños.