19.10.06

Libreros

Sí, y libreras, por supuesto, que en ese plural están unos y otras incluidos, como nos enseñaron de pequeños en los primeros rudimentos de gramática, por más que los usos de lo políticamente correcto se empeñen, con una insistencia que a veces raya en lo ridículo, en querernos demostrar lo contrario.
Libreros, decía, una profesión difícil ahora y siempre, más en un país, España, tan reticente a la lectura. Heroica en esta tierra, Extremadura, donde esa reticencia ha trocado en resistencia hasta tiempos recientes, los que llevamos de autonomía, cuando al fin han podido efectuar políticas de desarrollo cultural y, por tanto, libresco.
A pesar de los pesares, que han sido viejos y muchos, los libreros no han dejado de estar ahí y los letraheridos, en directo o en diferido, a las claras o por la puerta de atrás, hemos ido consiguiendo nuestro extraño propósito de leer libros y hemos seguido entrando a las librerías con un gesto no por repetido menos ritual, casi solemne, a la busca no ya del tiempo perdido sino del tiempo por venir, que de la memoria del futuro hablan sobre todo los libros, base y señal de cualquier sociedad con un mínimo de respeto por sí misma.
Dice el informado Julián Rodríguez que una ciudad de cuarenta mil habitantes ha de tener al menos una librería importante. La mía, que acaba de rebasar oficialmente esa cifra, está en ello. Librerías hay varias; de referencia, no tantas. Se da ahora en Plasencia una doble circunstancia. Feliz, por una parte, y, por la otra, triste. Si empezamos por ésta, la más conocida cierra. “Cervantes”, que así se llama todavía, está en proceso de liquidación. Cuesta creerlo. Han sido tantos años pasando por ella. Primero, de niño, en la calle del Sol, luego en la Plaza Mayor y, por fin, en los dos locales que ha ocupado en la calle Pedro Isidro. Tantos los libros fundamentales que uno ha ido comprando allí. Tantas las horas de merodeo entre aquellas estanterías. Eso por no hablar de los inolvidables ratos de conversación que uno ha mantenido en la planta alta con otros lectores; viajeros (como el citado Julián, Juanvi Piqueras o Irene Sánchez Carrón) o estables (como Gonzalo Hidalgo, mi interlocutor más fiel). Todo esto es ya “sombra de la memoria” y, como diría José Emilio Pacheco, será pronto “materia del olvido”. Por si acaso, uno ha dejado en algunos de sus libros un rastro, no sé si de piedrecitas blancas o de migas de pan, para volver a ese reino perdido de los libros, que está en el centro de mi educación sentimental, donde de ser algo uno fue, sobre todo, feliz; algo que siempre agradeceré a Enrique de la Calle, su dueño.
En esa librería se ha formado Álvaro Hurtado, que abre hoy una nueva librería en Plasencia. Le acompaña en la aventura Rocío, que también trabajaba allí. Como no podía ser de otra manera, porque vienen de “Cervantes” y porque celebran, como todos, el cuarto centenario de la publicación de El Quijote, le han puesto ese nombre. Está donde siempre estuvo “Arenas”, en la céntrica y populosa calle del Sol.
La adaptación al nuevo espacio no será difícil. El local es amplio y la decoración bonita. Además, lo que más nos importa a los que frecuentamos estos sitios no es precisamente eso. ¿Hay algo más estrecho, incómodo y hasta peligroso (lectores con vértigo abstenerse) que la sección de poesía de La Casa del Libro de Madrid? ¿No es angustioso el sótano de la misma sección en la “Cervantes” salmantina? Habiendo libros…
El sábado pasado, por ejemplo, entré por primera vez en una librería famosa de Madrid. Famosa no por lo grande que es, ni por lo conocida, ni siquiera por pertenecer a una gran cadena, sino por haber aparecido en una novela del afamado Javier Marías. Me refiero a “Méndez”. He oído a mi amigo Gonzalo hablar muchas veces de ella. No en vano pasa por ser uno de sus refugios madrileños. Empezó frecuentando su puesto en la Cuesta de Moyano y recala desde hace años en este cómodo local a dos pasos de Sol (un nombre que nos persigue). No me extraña: es una librería como pocas y eso que uno ya ha visitado unas cuantas.
Lo único que deseo es que ni el voluble mercado ni la desaparición del libro de papel que anuncian los agoreros acaben con esos lugares hechos para la felicidad y el conocimiento; que no son, para algunos, sino la misma cosa. Que uno pueda seguir visitando, entrando y saliendo, con libro o sin él, que eso forma parte de su gracia, en librerías de Plasencia, Cáceres, Mérida, Badajoz y cualquier otra parte, porque ésa es una de las pocas maneras que conozco de seguir sintiéndome en casa esté donde esté.

(Nota: Rescato este viejo artículo para sumarme a la buena idea de Txetxu Barandiarán quien tras leer una entrada del blog de Manolo Bragado ha decidido poner en marcha un Mapa íntimo de librerías)