7.1.11

Tío Paco

Vengo del funeral de uno de los "tío Paco" de la familia. Tenía 91 años. Llegó bien hasta el final. Será un tópico, pero los de aquella época -recuerdo a mi suegro Zacarías, que murió hace poco con la misma edad- parecían hechos de otra pasta. No en vano les pasó una guerra por medio. Y sobrevivieron.
El primer teléfono del que tengo recuerdo -negro, enorme y de baquelita- lo vi en su casa. Un piso luminoso con vistas a la plazuela de San Martín lleno de alegría. Empezaba con la de mi tía Maria Victoria, una de las personas más deliciosas y risueñas que he conocido (de gran parecido físico a mi madre, su sobrina), y seguía con la de sus hijos (que para mí siempre fueron primos "mayores", aunque en realidad fueran tíos "pequeños"): Paco, Guille (el más gamberro), Marivi (una de las grandes lectoras de mi familia) y Celia. En medio, el "jefe", el tío Paco. Cuando les visitábamos, animaba a mi hermano Fernando para que se arrancara llamándole "cantaor".
Empezó como carpintero y terminó su vida laboral como empresario. Fabricó, sobre todo, carrocerías y remolques de camiones. De por aquí, y no sólo, muchos llevaban su marca impresa: Hermanos Hernández Bastos. Aún me acuerdo del taller de la carretera del Valle (hoy una avenida), con una fogata encendida a las puertas durante las duras mañanas de invierno. Luego se trasladaron al Polígono y allí llegó a trabajar, como contable, mi padre.
En su casa se madrugaba mucho y se comía a la 1 en punto. Siempre le conocí tras unas gafas de pasta con cristales oscuros que se apoyaban en una rotunda nariz aguileña. Yo le sacaba un cierto parecido con las fotos de Onassis que veía de chico en el Hola.
Siempre fue afectuoso conmigo. Con él se van unos años preciosos que intentaré retener mezclados con estos y otros recuerdos. Mañana, tras una semana de fiebres y toses, estaría bien tomar una placentina caña a su memoria.