21.6.11

Con JJL en Salamanca

De nuevo en Salamanca. Me siento en una cafetería de la Rúa con un ojo puesto en un libro y otro en ver pasar  turistas que se mezclan con muchachos y muchachas en flor. Con todo, me puede la lectura. De La estación que gusta al cuco (Pre-Textos, La Cruz del Sur), palabras de Thomas Hardy que ha tomado prestadas José Jiménez Lozano para titular la última entrega, por ahora, de su obra poética; una obra que, por cierto, empezó tarde, ya que este hombre publicó su primer libro de poemas a los 62 de su edad.
No se explica uno cómo ha pasado tan desapercibido (se publicó a finales de 2010) y si no fuera cosa de viejo (prematuro siquiera) y tan políticamente incorrecto, diría que bien podía la crítica prestarle atención a libros así, los que importan, y no a tanta  insulsez vestida de poesía que, eso sí, firman jovencitos y, sobre todo, jovencitas muy modelnos ellos que han leído, cómo no, al famoso John Ashbery.
Claro que aquí la viñeta de la portada, de Hokusai, representa a un grillo, esa cosa tan antigua, como antiguo es el tono del volumen, oriental (digamos) en sustancia, escrito en un español tan limpio como una mañana de verano en Castilla, lleno de esa clasicidad genuina (la de Grecia y Roma, la de nuestro Siglo de Oro) que ya ha sido acuñada como marca de la casa. Un libro seco, porque nada sobra, y sobrio, porque carece de adornos. "Se necesita hermosura solamente", escribe JL, y cuánta razón tiene.
Me gustaría que al hipotético lector le sorpendieran, como a uno, poemas como "Los higos y los bárbaros" (emocionante hasta las lágrimas) o "Resistencia". Que le calasen, como a uno, las palabras sencillas que pueblan estos versos que mojan como la mansa lluvia de una tarde de otoño. Que, en fin, el mundo de otro tiempo que aquí nos sale al paso, para nada intempestivo o anacrónico, les pareciera tan habitable y seguro como a  mí me ha parecido.
Para comprender lo que digo (o acierto a insinuar) copio aquí el poema "Octubre", uno de los muchos que podría elegir. Dice: 

Octubre, y sólo
un cardo seco,
en aquella tierra devastada.
Mas reinando solemne,
como una pena inconsolable.


Cuando uno tenga los años que ahora tiene JL, si llega, le gustaría escribir versos como los suyos. Será la mejor señal de que la existencia está debidamente cumplida, de que mereció la pena ser vivida. No otra cosa me transmiten estos poemas suyos que leo sin prisa en una mañana de junio en Salamanca, como si tuviera, ay, toda la vida por delante.