13.1.12

¿Corrupción lírica?

Hace veinte años que no me presento a un premio de poesía. Sigo, como mero y circunstancial espectador, a debida distancia, el extenso panorama galardonístico patrio y, a veces, me congratulo con tal o cual premio (por el libro, por el poeta) y otras, no pocas, me hago cruces por el desatino del jurado y, lo que es peor, por la evidencia de fraude a la hora de concederlo. En el pequeño patio de la poesía española nos conocemos casi todos y es muy sencillo advertir a la legua el camelo. De dos o tres he sido presuntamente consciente en estos últimos meses. Eso sí, escarmentado como estoy, sólo en presencia de un abogado confesaría cuáles y a quiénes. Por suerte, ninguno de ellos tiene que ver conmigo. Quiero decir que en ningún caso -ni antes ni ahora ni nunca- he formado parte de un jurado donde se fuera, digamos, a tiro hecho; donde el premio ya estuviera dado de antemano, como ocurre tantas veces, lo que dice mucho de mis compañeros de tribunal y de los editores que se hacían cargo de los libros premiados. Ya quisiera uno que siempre se actuara así. Por los buenos libros que se quedan en el camino y por los honrados poetas que intentan publicarlos (y llevarse, de paso, unos euros). Sí, de cínicos, tramposos, amiguetes y cazapremios estamos sobrados. También de poetas de sobra acreditados que repiten jugada sin un ápice de autocrítica. Por no hablar de los que van de malditos pero no pierden comba. En fin, un asunto eterno sobre el que vuelve, por cierto, un nada complaciente Martín López-Vega en su blog. Ay, Jesús, si se pusiera el asunto en manos de la fiscalía anticorrupción.