13.2.12

La mirada de García Calderón

Vayamos por partes. Cuenta Elías Moro en su bitácora, con todo lujo de detalles, cómo nació la nueva colección Luna de Poniente (de la luna libros), que dirige junto a Marino González Montero. En resumen, veintisiete libros inéditos, uno por cada letra del abecedario, de otros tantos poetas extremeños actuales. El invento no podía empezar mejor. Pocas cosas le alegran a uno más, literariamente hablando, que un nuevo libro de mi paisano y coetáneo Jesús García Calderón. Y La mirada desnuda no defrauda. Ni a quienes venimos leyendo sus libros ni, a buen seguro, a quienes lo hagan por primera vez.
No es García Calderón un poeta experimental. Tampoco ha cambiado su tono a través de los años ni, con esa voz -tan propia-, su mundo. Eso no significa, como suelo repetir, que sus poemas sean iguales o que este libro sea exactamente el mismo. El poeta cambia, la vida se sucede, la edad nos amenaza y, en consecuencia, alguien que tiene tan presente su yo y sus circunstancias no tiene más remedio que escribir versos acordes a esa nueva, sucesiva situación. JGC lo dice así: "Me asombra comprender que he sido varios / sin apenas notarlo y siendo el mismo". El otro, ese asunto tan poético (Rimbaud, Pessoa, Borges...), es también central en La mirada desnuda. Basta con leer "El hallazgo", poema del que he citado los dos primeros versos y que concluye, después de repasar sus posibles identidades ("varios hijos", "varios padres", "tal vez varios hermanos y uno mismo", etc.): "Y entre tales errores, un vestigio / me señala que soy solo un poeta". Sí, se aprecia al leerlo que JGC es, ante todo o por encima de todo, "solo eso", y nada más que eso, una fórmula que recuerda a la que tantas veces habrá oído en las numerosas salas donde ha ejercido su carrera de fiscal. No es baladí esta mención. Quiero decir que la vida corriente, lo ordinario ("La mesa que envejece con nosotros"), las situaciones cotidianas ("Cuento cosas comunes que no son comunes") son la base sobre la que se asienta el edificio poético de GC. Su familia, por ejemplo. Hay poemas dedicados a los hijos que crecen y se nos escapan (léase, por cierto, uno que no está en el libro, pero que ha publicado en su blog); a su mujer, una relación de complicidad y largo recorrido que a algunos nos tiene que sonar a la fuerza ("Esta mujer extraña que ha vivido / tantos años conmigo"); a su dedicación laboral, que ya le ha proporcionado inspiración en obras anteriores; a los débitos de esa complicada, y aun peligrosa ("el deber del silencio", del poema "Secretos") tarea; a sus viajes, que le llevan lejos a través de aeropuertos, vuelos y cuartos de hotel, y la "frecuente angustia" que "se agranda" en ellos; el miedo ("Los tropiezos del miedo"), el fracaso ("Destiempo"), la soledad...
Esta poesía discursiva, racional, de la meditación y el pensamiento (que recuerda con naturalidad la formación intelectual y el talante moral de quien la escribe), no es inocente. No puede serlo. Volviendo al tema del "yo", escribe JGC: "Yo no soy el que dice este poema: / Lo haces tú como haces / al mirarlo posible este paisaje". Y más adelante: "Un poema que quiere ser verdad / pertenece a los otros". Y si seguimos: "Las palabras buscan siempre la verdad".
No nos engañemos tampoco con el tono. "En una edad difícil para ambos", leemos en el primer poema del libro, lo elegiaco y melancólico impera. Sin melodramas (a pesar de la presencia más que simbólica de la muerte, que ya aparece en una de las citas que abre el volumen: "Every poem an epitaph", de Eliot), sino más bien bajo las formas de la tristeza y el cansancio.
Una de las mejores cosas que uno hizo en la Editora fue, sin lugar a dudas, publicar una antología de los poemas de JGC: La soledad partida, con prólogo de Antonio Carvajal. Impresiona ver en esta última entrega al poeta fotografiado por Pedro Gato, sus manos (en la contracubierta). Un acierto (que forma parte del diseño de la colección) porque muestra al autor dialogando y la poesía, ya lo dijo Paz, es sobre todo eso: una larga conversación, un interminable diálogo.
Copio, para terminar, dos versos que son, amén de una franca declaración de intenciones, una preciosa poética: "Buscar lo más sencillo es encontrar / sin querer un misterio". Versos que, a su vez, me llevan a otros de Adam Zagajewski, pertenecientes a Mano invisible: "(he aquí algo realmente misterioso: la vida / de otras personas)".