17.4.12

Ramos Sucre

A José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, 1890) se le ha considerado fundador de la poesía moderna de su país, Venezuela,  y es, sin duda, uno de los grandes de la lírica hispanoamericana. Su obra, no muy extensa, es clara y distinta, hija de su tiempo, como todas, pero con un personalidad digna de ser subrayada. "Una ínsula con su propio lenguaje y estética", en palabras de Toni Montesinos, que ha preparado una estupenda y asequible edición de su Poesía Completa para la meritoria Biblioteca Sibila-Fundación BBVA de Poesía en Español.
Por su "hábito del sufrimiento", se le compara con Leopardi. Insomne y desquiciado, el poeta acabó con su vida en Ginebra, a los cuarenta de su edad, en 1930. Le dio tiempo, eso sí, a escribir una poesía única, ya se dijo. También a estudiar (se licenció en Derecho casi por su cuenta) y a traducir (conocía no pocas lenguas). También a ejercer la diplomacia, esa otra manera de ser escritor en América del Sur.
José Ramón Medina, responsable de la edición canónica de su obra en la Biblioteca Ayacucho, ha destacado que la "cercanía a la muerte es reiterativa y constituye una constante de la poesía de Ramos Sucre en las más diversas e inimaginables formas" y que al final la asumió "como una liberación incontrastable". "He sentido el estupor y la felicidad de la muerte", dejó dicho en uno de sus mejores poemas, "El desesperado".
Conocí su poesía, escrita siempre en forma de prosa, gracias a la preciosa edición de Las formas del fuego, una antología de sus poemas que publicó Siruela en su colección El ojo sin párpado allá por 1988. Ahora, leída y releída, vuelve a llamarme la atención la obra de alguien que pensaba que la imprecisión era un sinónimo de pereza; de alguien que nunca usaba el relativo que.