4.5.12

Violeta profundo

Hace tiempo que vengo defendiendo la poesía de Rafael Fombellida, a quien considero uno de los mejores poetas de su generación, que es la mía. Cosecha del 59 y natural de Torrelavega.
Llega ahora el libro Violeta profundo, editado por Renacimiento, que, si no fuera una solemne bobada, uno calificaría como el mejor de los suyos. Lo digo porque para cada lector ese título puede ser, de entre los publicados por un mismo autor, distinto. Uno, por las razones que sean, a día de hoy, es el que prefiere.
No puedo negar que lo he leído desde la emoción. Desde la complicidad también. Hace tiempo llegaron noticias preocupantes, apenas susurradas: "Rafael...". De ese paso por el infierno, dan cuenta estos versos. Sin compasión. Sin victimismo. Sin vaguedades. A tumba abierta, que es el único estado en el que se debería escribir poesía. Uno ha entendido, acaso mejor que nunca, que puede ser legítimo hacer literatura con la poesía (si ambas cosas son, en rigor, compatibles, algo que niega Gamoneda, por ejemplo), pero éste, ay, no es el caso. Y se nota a la legua, lo mismo que a un actor malo le delata de lejos su falsa retórica.
En realidad Violeta profundo es un libro de amor. A la vida, sobre todo. Y a una mujer, Marisa, "que nunca faltó de mi lado". "Qué modesto es vivir, y que poco se precia", escribe.
Después de leerlo -a sorbos lentos, como con miedo-, he comprendido muy bien las palabras de la dedicatoria que figura al frente de mi ejemplar: "este libro de sombra y de luz". Más de lo segundo, sin duda, a pesar de que la Noche (que Fombellida llega a escribir con mayúscula) haya sido larga, oscura y, claro, profunda. 
Más allá, porque la vida es inconcebible sin ella, la muerte, omnipresente en un libro que da testimonio de una íntima relación con ella: "Un hombre muerto es sólo y nada menos / un hombre muerto. No te aflijas / por él, ni lo adolezcas". 
En medio, un asombroso puñado de poemas arrancados a la meditación, cargados de lecturas (Milton, Rilke, Thomas, Eliot, Keats, Saba, Baudelaire, Ungaretti...) escritos con maestría, poderosos en su fragilidad, que consuelan a pesar del dolor que rezuman. Podemos decir que esa corriente central de la poesía española de las últimas décadas, la meditativa o metafísica -el rótulo lo mismo da-, tan fructífera si tenemos en cuenta los títulos que ha dado, se afianza aún más gracias a este libro llamado, lo intuyo, a perdurar.
"Si alguien me nombra, que me llame Nada", dice el primer verso del poema final, "Nihil". Con todo, ya se dijo, las ventanas que abre esta obra dan a la luz. Una luz confortable, la que ilumina el mundo tras el paso feroz de una tormenta.