31.10.12

Curso de poesía

La Editorial Difusión se encarga de publicar libros relacionados con ELE, esto es, Español como Lengua Extranjera. Manual de Gramática y Poesía se subtitula el que acaba de publicar ahí Juan Vicente Piqueras, Yo que tú, un valenciano de Los Duques de Requena (1960) con una trayectoria poética cabal a sus espaldas, como bien sabe la inmensa minoría lírica de este país. Nos conocimos un verano lejano en Plasencia, que fue para él un "sinlugar", uno entre tantos, por razones que no viene al caso explicar. Así, "Primera persona del sinlugar", se titula precisamente la primera parte de la obra, muy bien editada, que llama la atención por su originalidad (si esto no lo es, qué), por su fuerza y empuje, y por mil detalles más que sólo quien lea el libro podrá apreciar como es debido.
Prologada por Jesús Aguado y Lourdes Miquel, y con una nota suya delante de los poemas, Yo que tú es, entre otras cosas, un festín gramatical, un compendio lingüístico, un catálogo de juegos de palabras, así como de múltiples artificios que, en conjunto, vienen a demostrar su capacidad imaginativa (que desborda la mera ocurrencia), su poderoso sentido del humor y lo divertida, entretenida y amena que puede resultar la poesía cuando Piqueras la toma por banda. Situado en las antípodas de esa manera proceder (y de ser), no puedo por menos que rendirme ante semejante despliegue de recursos. ¡Menudo filón para cualquiera que enseñe Lengua!
Dije "originalidad" a sabiendas de que la palabra está demasiado gastada, de que a estas alturas de la historia todo está acaso inventado y por tanto... Sí, es posible, pero esa nueva vuelta de tuerca a esa tradición de la que este libro proviene no puede uno por menos que denominarla de ese modo. 
Apegada a la vida, la poesía que late en estos poemas está basada en la propia experiencia de JVP como profesor de ELE en varios Institutos Cervantes del ancho mundo. Con todo, como vengo afirmando, que nadie espere por eso unos versos al uso. Experiencia hay, pero no anécdota. 
En verso libre (o así), en romance o por medio de sonetos (un par), Piqueras despliega un sorprendente muestrario de trucos de magia que, al cabo, aunque lo parece, ni son trucos ni son de magia. Es demasiado serio lo que este hombre se trae entre manos. El humor, que de desborda por las páginas con generosidad, y que divierte a quien lee sin remedio, no anula las cargas de profundidad de estos poemas: "yo ya he sentido miedos que sé que no son míos", escribe. O: "No permitas / que la vida se vaya de vacío, que la muerte se encuentre cuando llegue / su trabajo ya hecho".
El alfabeto, las palabras, los palíndromos, las frases hechas, los signos ortográficos, etc. se alían a favor del poema que no pocas veces torna metapoético y, en consecuencia, reflexiona sobre sí mismo. Y, al fondo, el poeta lo hace sobre su tarea de escribir: "Sólo quien oye habla. / Sólo quien lee escribe."
Hay poemas preciosos en Yo que tú: "Mudanzas S. A." (dedicado a los traductores), "Dones y dondes", "Jugos de palabras", "¡Cuánto cuándo!", "Dos puntos", "Soñar años", "Dieta lingüística", "Padrenuestro gramatical", "Los hermanos Por y Para", "Peros y peras"... 
Uno me ha gustado especialmente, a pesar de que no es el más representativo, lo reconozco, del tono general del libro, mucho más festivo. Se titula "Hijos de Jeremías" y lleva por subtítulo: "A los privilegiados que se quejan". Da cuenta de una verdad. Ya que lo digo, bueno será cerrar esta nota recalcando que quizás sea eso lo que saque uno en consecuencia de esta lectura: su verdad. La de una poesía que surge no sólo de la imaginación (novedad y memoria), la sencillez y la humildad, sino también de la conciencia del trabajo gustoso.

HIJOS DE JEREMÍAS (A los privilegiados que se quejan)

No conocen la paz, no pueden darla.

Creen que son mejores que la vida que llevan
y el mundo, según ellos,

no merece la pena que les causa.

Su intimidad es un lento lamento,
un suspiro, un cansancio de condenado a vida.

No se embarcan ni luchan ni escapan, sólo esperan
que un golpe de fortuna
les restituya el reino que perdieron.
Son reyes destronados
e imponen al amor y a quien les ama
su amarga tiranía.
Pretenden que les den lo que les deben.

Sólo saben amar lo que no son,
el destino que dicen merecer.

Se deprimen, enferman, se enfadan con la vida.
Consideran que nadie ha sabido jamás
penetrar en el hondo misterio de sus almas,
encontrar su tesoro, amar su isla.

Eternos desconentos
con su destino, no lo cambiarían
por nada de este mundo.
Prefieren el lamento y sus refugios
a la íntima intemperie de intentar ser feliz.
Le han tomado cariño a su fracaso,
esa injusticia ajena,
y vagan por el mundo
predicando el prestigio sutil de la derrota,
creyendo que indignarse los convierte en más dignos,
escupiendo en el plato donde comen,
envenando el aire que respiran.