14.10.13

En torno a la poesía de Ada Salas

Precisaba aquí atrás el crítico Fernando Valls que, en la pesquisa de la revista Quimera sobre los mejores libros de los últimos treinta y cinco años, "si el cómputo lo hiciéramos por editorial y colecciones, las más destacadas serían Poesía Hiperión y Nuevos textos sagrados, de Tusquets". Me acordé de Ada Salas (Cáceres, 1965), quien, después de publicar casi todos sus libros en la primera, cambia de editorial. Y fue así porque tenía entre manos Limbo y otros poemas, que ya forma parte de la preciosa colección Cruz del Sur, de la valenciana Pre-Textos.
Uno lleva muchos años leyendo a Ada Salas. Lejos queda ya su primer libro, Arte y memoria del inocente (1988), que fuera premio "Juan Manuel Rozas", en cuyo jurado tuve la suerte de participar. Después han seguido Variaciones en blanco (1994, Premio Hiperión), La sed (1997), Lugar de la derrota (2003) y Esto no es el silencio (2008, Premio Ricardo Molina-Ciudad de Córdoba). En 2009 apareció una primera reunión de su obra poética: No duerme el animal (Poesía, 1987-2005) y en 2010, con el pintor Jesús Placencia, Ashes to ashes.
Conviene recordar que es autora de dos libros de reflexiones y ensayos sobre la escritura poética: Alguien aquí (2005) y El margen. El error. La tachadura (de la metáfora y otros asuntos más o menos poéticos) (Premio Fernando T. Pérez González) 2010). Tampoco faltan las meditaciones sobre lo escrito en su poesía, algo normal si tenemos en cuenta a qué tradición poética pertenece. A falta de un membrete mejor -y a uno, que conste, desprovisto del matiz peyorativo, le gusta-, la poesía de Ada Salas ha sido adscrita a la denominada poesía del silencio. Algunos, no siempre con la mejor intención, la han considerado una aventajada discípula de Valente, el representante más genuino de esa corriente en España. Que Salas ha seguido más lejos que nadie por ese camino es algo que casi nadie duda; pero eso no es un demérito, sino todo lo contrario. Ella no ha rehuido nunca esta delicada cuestión. Hace poco la entrevistaba en El Periódico Extremadura el escritor Salvador Vaquero (para su sección Letras desnudas) y a la pregunta "¿Te sientes heredera de la línea poética de José Ángel Valente, con poemas minimalistas en busca de la esencia?", ella respondía: "No lo sé. Esto es algo que yo no puedo ver: uno es muy mal lector de sí mismo. Pero si quien me lee aprecia esa filiación, sólo puedo alegrarme y sentirme orgullosa. José Angel Valente, además de que fue mi amigo en sus últimos años de vida, supuso la asunción de una línea de escritura vertebral en el panorama de la poesía europea contemporánea: poesía como lo opuesto a la verborrea, al fárrago verbal. Si lo que escribo consigue acercarse a esa concepción del lenguaje poético, entonces soy valentiana, hago poesía del silencio, poesía minimalista, lo que se quiera". En otra reciente conversación, ésta con el poeta J. Mª. Cumbreño, también se ha referido sin empacho a este asunto (y a otros más interesantes). Con todo, lo nuclear no es eso. Tendencias y escuelas al margen, lo que el lector tiene delante son poemas y sólo a eso ha de atenerse.
No cabe duda de que su poética es, además de silenciaria, de estirpe hermética (menos en sus últimas entregas, sobre todo en la anterior, significativamente titulada Esto no es el silencio), lo que exige un lector paciente, concienzudo y entregado, como suelen serlo todos los que se acercan a la poesía.
Sus versos, a veces de una sola palabra, delgados, fragmentarios, escindidos, se encabalgan entre espacios en blanco (más silencio) y miden su elocuencia más por lo que callan que por lo que dicen. Sí, todo está medido aquí. Puede que falten palabras, pero jamás sobra ninguna.
Se alude cada poco a la insuficiencia del lenguaje, otro rasgo inseparable de esta forma de decir: "El muro / en que viene a parar todo lenguaje", escribe, o: "para aquello que sabes / nunca / ha tenido palabras / (nunca / ha tenido palabras)."
En "(Epílogo)", el primer poema del libro, que comienza con el significativo verso: "Lo que añurga y atora.", leemos: "No / el dolor no se puede contar. El dolor / es abstracto -incontable / por tanto según / la oscura gramática- / es decir / el dolor es la forma / más / acabada del caos." También: "El deseo es lo mudo."
Al fondo, el amor ("No / había escrito / nunca / un poema de amor"). Pasión fría. Y animales extraños, heridas, cuerpos... Y mujeres y madres. Y poetas (abundan las citas a lo largo de la obra y hay tres homenaje explícitos: a Hölderlin, Plath y Apollinaire). Y pintura (anunciaciones, Rembrandt...). Por cierto, qué hermosa la viñeta de la cubierta, de Ramón Gaya, a partir de La fábula de Aracne, el famoso cuadro de Velázquez conocido popularmente como Las hilanderas.
Me ha quedado un regusto amargo tras la lectura. Hay mucho dolor ahí concentrado. No poca melancolía. O eso me parece.
En el panorama, y termino, pocas obras más vertebradas, rigurosas y coherentes, más fieles a sí misma (y a sus ideas sobre poesía) y más ajena a las veleidades de la moda, que la de la extremeña Ada Salas. Limbo y otros poemas, decisivo paso adelante, vuelve a subrayarlo. Y de qué singular modo.