2.12.13

Regalos

Y todos en el colegio donde trabajo. El primero, de la mano de María Jesús Manzanares, el mismo día que Emilio Antero hubiera cumplido setenta y siete años: un ejemplar de mi novela, digamos, Las murallas del mundo, el suyo, con las anotaciones a lápiz, subrayados, flechas, citas... Una letra minúscula, pero legible, que da cuenta de hasta dónde llegó, minucioso, con su lectura. Le cuesta a uno abrir el libro y escuchar a Emilio. Ayer subí a su pueblo, Guijo de Santa Bárbara, para mirar por él lo que ya no ve pero contempló tantas veces, y así agradecerle esas señales. En La Puente, donde siempre paro, asomado a las aguas limpias de la Garganta Jaranda. 
El segundo, el Día del Maestro, también la semana pasada. Todos los años, según costumbre, el equipo directivo regala un detalle a los compañeros. Éste han elegido mi último libro, Plasencias. Cuando llegué esa mañana, la del 27, el director repartía los paquetes envueltos en papel color plata. Fue una sorpresa -con algo de sobresalto- ver que se trataba de mi librino. A uno le tocó otra cosa: un bolígrafo. Muy bonito, por cierto. Para una doble misión: "para que sigas escribiendo", me dijo el secretario. Y "para las dedicatorias", añadió la jefe de estudios. En eso andamos. 
Y el tercero, de mi querido amigo Salvador Retana, un pintor -o un artista- que me deja pasmado con sus incisivas reflexiones sobre la vida, que tanto ha vivido, dignas de un sabio chino retirado a las montañas. Un resistente que apuesta por el futuro cada día. En forma de libro o de cuadro o de fotografía o de aforismo. Un paseante, sí, y un lector exquisito. De donde más y mejor piensa y lee, su casa de Gredos, donde cultiva un huerto y tiene árboles frutales, me trajo unos higos pasos que cuando como me recuerdan su dulzura y su apego a la tierra, donde está lo que importa. Una lección de humanidad y nobleza que sana.
Se presentó en el colegio con los higos y apenas si pudimos saludarnos. Bien sabe que nos lo tenemos casi todo dicho. Que la amistad es eso. 
Gracias.