En efecto, la colección Luna de Poniente de De la Luna Libros, publica dos nuevas entregas, Al Qarafa, de Javier Pérez Walias (Plasencia, 1960) y Materia de nubes, de Luis María Marina (Cáceres, 1978).
El del profesor placentino, que lleva la letra Q, gira en torno a la muerte y toma su título del nombre de un cementerio cairota. Me ha gustado especialmente la segunda sección del libro, "Inscripciones", donde la contención lapidaria contrasta, creo que para bien, con el tono que su poesía ha adoptado en los últimos tiempos, muy cercana en su manera de decir a la de poetas como Antonio Gamoneda y Juan Carlos Mestre (a quien se homenajea en "Resurrección de los seres vivos"). No es la única parte de este intenso libro donde los poemas olvidan los inspirados versículos y las libres asociaciones de palabras e imágenes y, ya digo, quizá porque la muerte es tan escueta, se acercan, con acierto, a la concisión del epigrama o del epitafio. Así, en "La muerte a vista de pájaro", "Atardecer en la garganta" o "Inhumado en vida". Personal sin paliativos, aunque no caiga en el intimismo (léase, por ejemplo, "Hospital antituberculoso. Salamanca, febrero de 1983"), Walias levanta, como colofón, una estela a la memoria de sus muertos, los que pueblan los versos de esta obra vital.
Con la letra P, la obra del diplomático cacereño entra en colisión con aquel verso del poeta Miguel D'Ors, quien en su poema "Cosas que no soporto en un poema" escribió: "Que suceda en Lisboa." Porque vive y trabaja en esa ciudad, porque esa ciudad blanca (a la que ya cantara, hace un cuarto de siglo, otro extremeño universal, Ángel Campos Pámpano) destila literatura a raudales y por un sinfín de razones más, Marina, con una prosa torrencial (que le leímos en su libro sobre México D. F.), nos acerca su visión de la capital del Tajo y para ello no sólo echa mano de sus propias vivencias y sensaciones y miradas, sino también de las palabras de otros, como Luís Amorim de Sousa, Gastão Cruz o, qué casualidad, Eugenio D'Ors, con los que dialoga.
Sin usar una sola mayúscula, en prosa (del todo poética, digamos), mezclando géneros distintos (el ensayo, por ejemplo, con el diario) e idiomas diferentes, mediante extensos fragmentos sin apenas puntos y aparte, Marina divide su libro en cuatro partes: rochadocondedeóbidos ("deambulaciones por el alma de Lisboa"), paláciogalveias (en conversación con Cruz, Lacerda y otros), jardimbotânico (o el Barroco) y, la más breve, a modo de coda, miradourodagraça.
Escrito, nunca mejor dicho, en estado de gracia, esa ciudad eterna (según Pla, "un pretexto de meditaciones permanentes"), queda de nuevo fijada con palabras. No había otro remedio.