16.5.14

El saxo de Javier Juanals Márquez

Tiene mucho peligro el instrumento. La palabra, quiero decir, así abreviada. Y en el mejor sentido, el figurado, también lo tiene este muchacho, Javier Juanals Márquez, que toca el saxofón con un virtuosismo llamativo. Anoche, en el Complejo Cultural Santa María lo demostró de sobra. En un concierto del ciclo "Antiguos Alumnos" donde, acompañado al piano por Eduardo Moreno, interpretó obras de Mihalovici, Ibert, Denisov y Lauba, música del siglo XX para oídos preparados y exigentes, es verdad, que, sin embargo, hizo las delicias de un público variopinto en el que abundaban profesores y alumnos del Conservatorio García-Matos de Plasencia, la familia del músico, aficionados que en esta ciudad nunca faltan, así como enfermeras y maestros, compañeros de los padres de Javier. Bastaba, ya digo, la magnífica interpretación para justificar esa alegría. 
Antes de comenzar el concierto se felicitó a esa familia, los Juanals-Márquez, por su dedicación a la música, y no sólo por haber aportado tres alumnos al centro musical placentino. Han estado implicados en la promoción musical y en la directiva, por ejemplo, de su Banda. 
Conviene añadir que la abuela paterna del chico, Conchita Castro, vieja amiga de mi familia, ha sido durante toda su vida profesora de piano. 
Al terminar, tras un bis con Bach, hubo un momento que resultó muy emotivo: cuando su primer profesor de saxo le entregó un detalle y, entre abrazos, el veterano maestro expresó su excelencia y que aspiraba a ser su amigo pues ser su maestro ya no tenía demasiado sentido. Es fácil suponer qué le pasaba por la cabeza en ese instante a su joven y aventajado discípulo, que termina estos días sus estudios en el Conservatorio Superior de Música de Badajoz. El curso próximo estará en Basilea.
Al salir, con la prisa de siempre, abracé a Javier padre, amigo desde hace muchos años y mi director desde hace seis, para felicitarle por lo que le toca, nunca mejor dicho. Miré a Maripaz, la madre del artista, para lo mismo. Al atravesar la solitaria plaza de la Catedral, una música callada sonaba en mi cabeza. Y en mi corazón.