21.9.14

Los trofeos efímeros

Román Piña Valls (Palma de Mallorca, 1966), profesor de griego y director de la revista La bolsa de pipas, publica en Sloper (editorial fundada por él) Los trofeos efímeros. No es un poeta que se prodigue; de hecho, esta es su tercera entrega poética.
En el "Epílogo" de la obra, escribe: "Este libro nació en enero de 2007. Me lo planteé como una colección de poemas fetichistas, inspirados por objetos que podía vincular a mi educación sentimental —de lector, de cinéfilo— y también a mis propias vivencias. Hubo objetos que me llegaron en sueños, como el bañador de Tadzio, el joven de "Muerte en Venecia". Los objetos me dictaban muchas veces simples homenajes a las historias o las personas relacionadas con ellos, pero en bastantes ocasiones funcionaron como garfios lanzados contra mi propia vida. No forcé la máquina y se fue escribiendo el libro durante siete años."
Por los títulos de los poemas podemos comprender a qué objetos se refiere. Así, por ejemplo, a la bufanda de Bolaño, las bragas de Liv Tyler, la txapela de Pinilla, el acordeón de Julieta Venegas, el pastillero de Whitney Houston, el abrigo de Woody Allen, el puro de Groucho, el sextante de Frank Worsley ("Cierro una primera edición de este proyecto en 2014 porque ahora se cumplen 100 años de la odisea de Ernest Schackleton, una de las hazañas que más honda impresión me han dejado en toda mi vida, a la que accedí por la lectura de La prisión blanca, de Alfred Lansing. A ella dedico varias alusiones en el libro y por eso Frank Worsley, capitán del Endurance, está en la portada"), la estufa de David Mamet, el panamá de Lowry, el testamento del Yeti, la silla de Superman, el birrete de Odiseo, el vellocino de Velasco (Miguel Ángel Velasco, el poeta prematuramente desaparecido, al que dedica uno de los mejores poemas del libro, con la muerte al fondo, sí, otra constante; como en el caso del poema "El reloj de Carmen Bertrand", su abuela, o "La cámara de Ricardo Ortega, su amigo), el zapato de Madame Bovary, el arpón de Ahab... 
En un tono narrativo, que no por eso deja de lado la poesía (algo más que métrica y ritmo), Piña ha logrado un abundante puñado de poemas elegantes y sugerentes que atraparán, a buen seguro, a cualquier bienintencionado lector.