Di, realidad es el convincente título que ha dado Rafael Fombellida (Torrelavega, 1959) a su último libro, que publica, muy bien editado, Renacimiento. Supongo que a estas alturas ya todos los lectores de poesía de este país saben quién es y cómo se las gasta, líricamente hablando, el poeta cántabro. Bueno, sí y no, porque uno, que lleva leyendo sus poemas desde hace bastantes años, se ha visto sorprendido por esta nueva vuelta de tuerca que, a su edad (la de uno), no suelen permitirse los poetas establecidos, digamos, a los que se refería el hermoso poema de Bernal, otro de la cosecha del 59.
Explica en "Notas y dedicatorias" el porqué de dejar en su lengua original las citas que pueblan la obra. Con todo, traduce la de Nietzsche que la abre: "Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso..." No es baladí. Ha sido minuciosamente escogida. Basta empezar con el primer verso del soberbio primer poema (dedicado a Brines), "El desvelado", para caer en la cuenta: "Qué poquedad nos basta". Y más abajo: "Huele el frío a memoria". Y sigue, en "Su casa verde ónice" (qué títulos tan hermosos y sugerentes los de Fombellida). Allí, y en todo el conjunto, una dicción elegante, majestuosa incluso, que avanza a través de poemas extensos, discursivos, bien compuestos, donde la meditación no se pierde en vericuetos metafísicos, un tono entre sobrio y apasionado que nos arrastra y nos conmueve sin remedio. Nada más lejos de la frivolidad. Del mero juego de hacer versos. La hondura asusta, en el mejor sentido. Nos deja entre asombrados y perplejos, sin comprender acaso del todo, pero entendiendo. "No sé si he regresado o me he perdido", escribe en "Odiseo en el Báltico" (dedicado a Abelardo Linares), uno de los imprescindible. "Nadadores", el siguiente, que también se puede leer en el enlace anterior, es emocionante hasta el límite (dedicado a su hijo Álvaro): "Soy el padre de un hombre, un hombre grave, meditativo, oculto, / que se gobierna con pericia mientras cabe pensar / que su mano, ya enorme, clausurará mis párpados como se sella un ataúd de plomo."
En otro lado leemos: "Es terrible vivir en este tiempo. / Mientras viene, callémonos amando."
Estamos ante un libro lleno de heridas. La enfermedad (léase "El hoyo diecisiete"), sus términos y sus metáforas y sus hospitales, está muy presente. Y la barbarie de esta época (y de la que nos antecede); así, "San Silvestre en el Prater", uno de los numerosos poemas que se sitúan en Centroeuropa. Al fondo, cómo no, la guerra. La Gran Guerra, por ejemplo, a la que dedica poemas memorables, como "Dobošnica, 1914": "Han liquidado al rey de no sé dónde". O el que evoca el cementerio militar de Ypres, en Bélgica. Y el nazismo, en "Dem Deutschen Voeke", pongo por caso, la historia de tres hermanos muertos, como tantos, sin porqué en la II Guerra Mundial.
Lo narrativo impera, sí, pequeñas historias de personas, anónimas o no, pero sin perder el pulso poético que se resuelve gracias a un lenguaje poderoso, a ratos incluso barroco, de gran precisión y riqueza léxica, de imponente fortaleza rítmica y sonora (dan ganas de recitar estos versos en voz alta), acorde a la fuerza que sostiene el libro, de una potencia, ya digo, inusitada. Léase, pongo por caso, "Ronda de lobos". Al leerlo, no puedo dejar de evocar la palabra Romanticismo, con mayúscula, pues que me refiero al europeo movimiento literario y de pensamiento, al alemán sobre todo.
(Cree uno, seguramente confundido, que el Norte tiene algo que ver con esta forma de decir. Hay una luz, que es más que eso, entre cenital y oblicua, que ilumina estos versos y los aporta una atmósfera muy determinada, enormemente sugestiva, aunque inquietante. Tal vez esté equivocado, pero uno sería capaz, sorteando los tópicos, de distinguir la poesía del Norte de la del Sur. A eso me refiero.)
(Cree uno, seguramente confundido, que el Norte tiene algo que ver con esta forma de decir. Hay una luz, que es más que eso, entre cenital y oblicua, que ilumina estos versos y los aporta una atmósfera muy determinada, enormemente sugestiva, aunque inquietante. Tal vez esté equivocado, pero uno sería capaz, sorteando los tópicos, de distinguir la poesía del Norte de la del Sur. A eso me refiero.)
Hablé antes de emoción y no otra cosa apreciamos en "Los ojos cerrados", dedicado a su padre. En "la dócil gravedad de mi sufrir", "con los ojos cerrados vivo, respiro, soy."
Del conjunto, destacaría también un puñado de poemas llenos de carnalidad, muy sensuales, como "El calor se retira de las cosas". Sí, impresiona leer: "Nunca te había gozado en la agonía."
Poemas como "Lo mezquino, lo triste", "La ley del río" (uno de mis favoritos: "Si yo tuviera amigos..."), "Cada pena se ocupa de sí misma", "Fussgänger", etc. justifican el entusiasmo que este lector ha sentido al descubrir Di, realidad. "Realidad, realidad, estamos tú y yo solos", escribe en el poema que da título al volumen. Y añade: "Hiéreme realidad".
Uno, en fin, admira aquello que sabe que nunca podría hacer. Por ejemplo, escribir versos como estos. Un libro así. Me alegro, en fin, más allá del privilegio de haberlo podido leer, que el nombre de uno aparezca en las dedicatorias, otra sorpresa. Fombellida me ha entregado, y no sabe cuánto se lo agradezco, "Los que no tienen a nadie", sabedor, a buen seguro, de que uno vive en el "Hotel del Hombre Solo". Para colmo, qué casualidad, la fecha de impresión del libro es la del 20 de marzo, una de las más significativas de mi vida.
Antes de escuchar a Dante, unas palabras de su Vita nuova: "Y aunque yo fuese distinto del que era antes...", qué bien abrocha Rafael Fombellida la obra con "El cielo no tiene horizontes": "Miro el cielo nocturno. Las estrellas cintilan / tímidas, expirantes como el hálito / de un anciano intubado. Ya no sé regresar." ¿Quién podría?