16.2.16

Munárriz y Riechmann

Antología 1970-2015.

Jesús Munárriz
Hiperión, Madrid, 2015. 176 págs. 12 €

Comenta Francisco Javier Irazoki en la nota inicial que este libro, “nacido de mi iniciativa, comprende textos de diecinueve obras y abarca cuarenta y cinco años de creación”, a lo que añadiremos que consta de setenta y cinco poemas (algunos inéditos), tantos como años tiene su autor, Jesús Munárriz. Editor, librero, traductor y poeta, creemos que la primera tarea ha nublado injustamente a la tercera, a pesar de que, leído lo leído, su nombre resulte ineludible en el feraz panorama lírico español contemporáneo, algo que Irazoki demuestra editando, con el criterio y el rigor que le caracterizan, esta obra que siempre ha ido por libre. De “voces complementarias” habla él y para demostrarlo la muestra consta de seis partes. “Señales” abre la floresta, un poema que termina con el verso: “Tratemos de entender tanta belleza”. Y ahí, la capacidad de observación del poeta, que desmenuza, mediante palabras, el mundo, materia de asombro. A golpe de claridad, en busca de la transparencia. La mirada de Munárriz es inteligente, minuciosa, irónica, sugestiva, lúcida. Y está cargada de cultura y lecturas, aunque no proceda mencionar el término culturalismo, tan de su generación. Germanista, sirva como muestra de su discreto proceder “Un asombro de nieve sobre el Jena”. Se le puede aplicar lo que le dice a su hija en “Instrucciones de vuelo”: “la obra bien hecha es la mejor / presentación y la más clara”.  En “Pasiones” aflora el poeta vital, amoroso y erótico, el que encuentra en la amada “tierra firme”. El que aúna inspiración e imaginación. Desde la naturalidad, no desde la afectación. Virtud que le permite abordar en “Palabras cívicas” su defensa a ultranza de la libertad; una sección donde podemos leer poemas logrados como “Las guerras”, “Monólogo del poeta editor” (“A las de los demás, más que a mi obra, / dediqué tiempo, afán, sabidurías”), “Yo nací en el cuarenta” y “Cuarentena” (con su infantil Pamplona al fondo). Chicho Sánchez Ferlosio -alma gemela-, su adorado Hölderlin, el póstumo poeta suicida Silva o Aníbal Núñez, son algunos de los homenajeados en “Siete nombres”. El viajero atento protagoniza la serie “Naturales”. Por fin, el hombre que ha vivido, “Últimos asombros”. En “Veladuras” leemos: “Toda mi obra es sugerencia”. O: “evito siempre lo evidente”. Para terminar, este rotundo verso: “Y yo habré sido sólo escriba de mí mismo”.


Jorge Riechmann
Calambur, Madrid, 2015. 209 págs. 18 €

No es preciso recordar la trayectoria de Jorge Riechmann (Madrid, 1962), uno de los autores más acreditados y prolíficos de su generación. La poesía, entre 1979 y 2007, está recogida en Futuralgia y Entreser. Después han llegado libros como éste. El título procede del “interior del sueño” y le fue dictado por el mismísimo Camarón: “qué himnos podríamos aventurar hoy, en efecto, que no mostrasen una factura tan agrietada como nuestras perspectivas de futuro”. “Y no obstante…” Sí, de obstinación cabría hablar, de resistencia. Y de compromiso. Porque, como observaba Atwood, “dar testimonio es tu deber”. Porque “Escribes para intentar que sea dicho / lo que ha de decirse y nadie dice”. “Sobrevivimos”, que diría Ferreiro. Y en el “Preámbulo”: “Vamos ligeros, amigos: vamos ligeros…”.
Con Pasolini y Berger (las citas abundan: “leyendo / y leyendo / para tratar de entender”), concluye que “la realidad es lo que podemos amar. No hay nada más”. En ella apoya su empeño: “Nos salva la atención: estar entero ahí / donde uno está”. Una obsesión más moral que poética, en el sentido clásico: “Desconfianza / del poema bonito”. “Recibimos palabras como piedras regaladas / las entregamos como un canto rodado”, escribe.
El tono es seco, sentencioso, reflexivo, preciso, aforístico a ratos. Claro y sencillo. Sin falsa retórica. Al fondo, la muerte (“nuestro tener que morir”), ya presente en la nota inicial (“la vida hemos de considerarla desde el prisma de la muerte”), donde recuerda a los amigos que se fueron, protagonistas de sus versos: Félix Grande, Nicanor Vélez, Gonzalo Rojas… O su padre (“Derrumbamiento”). Con todo, “El horror no es morir / El horror es la vida malograda”.
El amor es una luminosa presencia que atraviesa el libro. “Amar es la plática / que no acaba”. En “No acostumbrarse” o en “Autobús Salamanca-Madrid”.
Hay una gran preocupación por el lenguaje, por su perversión incívica. Y por su insuficiencia. Sí, de política se habla, y mucho, aquí. En contra del capitalismo (“Lo llamáis crisis / pero es lucha de clases”), a favor de la ecología y de las mujeres. De las luchas: “Salvo seguir luchando / no hay refugio mi amor / no hay / refugio”. Con conciencia de derrota incluso: “Lo que más debiera importarnos / resulta a la vez necesario / e imposible”. Nos redimen del tiempo unas “intensas aceitunas aliñadas”. 

Estas reseñas, sobre libros de Munárriz y Riechmann, aparecieron publicadas en El Cultural el pasado viernes 12 de febrero.