11.10.16

Mi cuerpo

El colombiano Darío Jaramillo Agudelo, nacido en Santa Rosa de Osos, 1947, ha publicado a lo largo de su vida ocho libros de poesía, que en realidad no es tanto. Me refiero a Historias, Tratado de retórica, Poemas de amor, Del ojo a la lengua, Cantar por cantar, Gatos, Cuadernos de música y Sólo el azar, los cuatro últimos en Pre-Textos, donde se puede decir que está toda su amplia obra narrativa. También cuenta con varias antologías. Una de ellas, Aunque es de noche, le tengo un cariño especial porque lleva un prólogo de Eugenio Montejo. Uno le admira, además, por el estudio que antecede a Obra entera, de Rafael Cadenas, y, como todos, recuerda que fue objeto de un atentado terrorista de las FARC. La explosión de una bomba le destrozó el tobillo derecho y le hizo perder un pie. Fue en 1989. Si lo digo no es por morbo, sino porque esa herida (que "Ahora ya no importa"), esa cicatriz, está presente en este nuevo libro, El cuerpo y otra cosa, que vuelve a editar el acreditado sello valenciano siempre atento a lo sucede en ultramar. 
A favor de la prosa, del tono conversacional y narrativo, el poeta va hilvanando ideas, temas que van surgiendo desde el fondo de su memoria y del presente, uno de esos asuntos sobre los que reflexiona. En realidad, digámoslo pronto, se trata de un solo poema extenso dividido en fragmentos numerados que a veces llevan título. Me refiero a "El cuerpo".
El tiempo es otra idea. "Ya se sabe que el tiempo no importa, que no hay recuerdo viejo, que ni el olvido vale", escribe. O: "Intuyo otra manera de llevar el tiempo".
La música (a la ella le dedicó el libro Poesía en la canción popular latinoamericana, también en Pre-Textos) es otra constante. La del bolero: "fue cuando mi débil corazón me dijo que el amor es frágil", siendo el amor y el erotismo una obsesión, digamos, inevitable en la poesía de Jaramillo Agudelo. 
Pero es el cuerpo lo fundamental aquí: "Yo soy mi cuerpo, me dicen". "Yo moriré como carne". "Siempre fue uno solo el cuerpo". "Sólo el cuerpo sabe decir «yo»". Cuerpo, por cierto, que está "hecho de tiempo". Sí, "El tiempo, que es el cuerpo". 
Al silencio dedica algún poema: "Lo principal consiste en los silencios que debo, lo que debí callar". Y a los recuerdos, que "son una manera despaciosa de la muerte". Y a la muerte: "Sólo sé que llegará". 
Hay algo de balance en el libro, de ajuste de cuentas con el pasado: "esto fue, diré, más bien". Y de metamorfosis (de alguien que se transforma en otro, que es el mismo y no): "alma nueva y cuerpo viejo". De ahí el tono meditativo. Una meditación escrita, claro, con palabras: "Las palabras son las cosas pero las palabras son la cosa". Porque "Los poemas son cosas hechas solamente con palabras". Porque "En ninguna parte es más palabra una cosa que en el poema" y "En ninguna parte es más cosa una palabra que en el poema".
"Somos solo cuerpo", insiste, y vuelve sobre el presente, el que pide al cuerpo, "mi nada". Y al "presente absoluto": el orgasmo. Presente que no está en el sueño, sino en la vigilia y el insomnio.
Y concluye: "El olvido es también útil: no soy sólo recuerdos, soy una larga y ya borrada lista de olvidos".
Fuera del corpus central, de ese largo poema que da título al libro, a modo de epílogo, encontramos un puñado de poemas elegíacos. "Poemas para sacarme esa parte mía que murió", escribe. Allí evoca a un "primer hermano mío", a los amigos muertos (que da en un poema emocionante y precioso), a una mujer: "te amé y eso basta, / abrazado a ti fui feliz, / ahora lo sé, / ahora cuando le perteneces a la muerte".

LOS AMIGOS MUERTOS

Si ahora regresaran llegarían con su edad intacta,
más allá de la muerte, inmortales
con aire de ignorar lo nuevo que hay en el mundo,
sin interés en nada distinto de indagar lo que ahora soy.
¿Por qué las canas y la panza?
¿Por qué mi trajinado traje mortal que cruje tanto y mi cojera?
¿Por qué mi apatía con el mundo, mi apatía conmigo, mi desgano?
¿Por qué mi fastidio con el ruido y sus ruindades?
¿Por qué mi amor al silencio, mi mutismo?
También preguntarían perversos por qué conmigo la muerte sí es indolente. Si ahora regresaran, llegarían dándome un abrazo que todavía extraño.


Nota: Esta reseña ha aparecido publicada en el número 124 de la revista Clarín, donde también se pueden leer los textos del homenaje a Rafael Cadenas que se celebró en Casa de América hace unos meses. Añado aquí el poema "Los amigos muertos", al que se hace referencia en la recensión.