27.3.17

Un vistazo

No puedo dejar de escribir unas pocas palabras siquiera acerca de la nueva, espléndida entrega de Clarín. De lo leído (nunca soy capaz de leer una revista o un periódico de cabo a rabo), me quedo con el precioso texto de Eduardo Jordá sobre Chéjov, que por suerte se puede leer aquí; lo de Benítez Ariza sobre Borges, treinta años después; los poemas de mi admirado Eugénio de Andrade, que nunca cansan, traducidos por Sergio Fernández Salvador; la colección de ángeles de Rivero Taravillo (que acaba de publicar un libro de aforismos en La Isla de Siltolá: Vilanos por el aire); y, sobre todo, la Égloga Novena de Miklós Radnóti, en versión de Martín López-Vega, de la que ya di cuenta en este rincón. Dejo para el final la mención a De rosis nascentibus, de Virgilio y de Ausonio, que a ambos se atribuye, vertido al español por Luis Alberto de Cuenca y Victoria León. Copio la última estrofa, la del famoso collige, virgo, rosas:

Triste es, Naturaleza, que nos muestres
la gracia de la flor al tiempo que nos robas
tan precioso regalo. Un solo día dura
la vida de las rosas, reuniendo
plenitud y vejez. La misma flor que vio
nacer la reluciente Aurora, a esa la tarde
la contempla marchita. Pero todo está bien:
aunque en tan poco tiempo deba morir, la flor
prolonga su existencia en cada nuevo brote.
Corta, niña, las rosas mientras estén aún frescas
y fresca esté también tu juventud,
y no olvides que así tu vida pasa.