No me dijo nada cuando nos conocimos en nuestro reciente viaje a Ibiza. Se habló durante la cena, es verdad, de premios, qué remedio cuando se sientan a la mesa tres poetas, y mantuvimos los dos posiciones parecidas al respecto. Del todo escépticas, quiero decir. Y, sin embargo, antes de ayer, Ben Clark ganó el Loewe con su libro La policía celeste. Y uno se alegra. Tuvo el detalle de enviarme una copia de esa obra mediante el socorrido recurso del archivo adjunto que por falta de tiempo ni siquiera había podido releer como es debido y, en consecuencia, comentarle. Ya han juzgado otros por mí. Jaime Siles, por ejemplo, miembro del jurado (junto a Víctor García de la Concha, Piedad Bonnett, Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald, Antonio Colinas, Soledad Puértolas, José Ramón Ripoll y Luis Antonio de Villena) afirmó que "es un libro muy íntimo. Es un libro de amor, de un amor fundamentalmente filial".
En su trigésima edición, se dice pronto, es un digno eslabón de esa ya larga cadena de un premio llamado desde el principio a hacer historia. Poética, matizo. En minúscula. Es decir, invisible, aunque haya una inmensa minoría que la conoce de sobra, y hasta la aprecia. Con sus altibajos, por algo será.
En su trigésima edición, se dice pronto, es un digno eslabón de esa ya larga cadena de un premio llamado desde el principio a hacer historia. Poética, matizo. En minúscula. Es decir, invisible, aunque haya una inmensa minoría que la conoce de sobra, y hasta la aprecia. Con sus altibajos, por algo será.
Comenté su último libro, hasta ahora, en El Cultural: Los últimos perros de Shackleton. En el blog reseñé también La Fiera. Los dos fueron publicados por la editorial mallorquina Sloper, que se queda, digamos, sin uno de sus autores de referencia. Y por Delirio, Los hijos de los hijos de la ira, un libro que fue Premio Hiperión en 2006 y que ha rescatado, con una Adenda: Insomnio (2017), la exquisita editorial salmantina. Para lectores como yo, que en su momento no nos encontramos con esa espléndida obra que marca un hito generacional (dedicada "A los hijos de la bonanza y sobre todo a los que no tuvieron esa suerte", "herederos de todos los despojos"), llena de una fuerza sin duda destacable y escrita con la lucidez que caracteriza al ibicenco.