3.12.17

Dos de Soria

Enrique Andrés Ruiz (Soria, 1961) y Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) tienen en común, además de su ascendencia soriana y su condición de sorianos que viven fuera de su provincia, el que ambos van por libre, sin adscripción a ningún grupo o capilla. Eso y que sus respectivas voces poéticas, muy distintas entre sí, ostentan la categoría de propias, identificables a través de sus poemas para cualquier lector medianamente avisado. Sus nombres, en fin, le resultan a uno imprescindibles dentro del panorama. Estas son sus novedades. 

Enrique Andrés Ruiz abre su libro Los verdaderos domingos de la vida con una cita de Lévinas, acerca del imposible retorno. A partir de "El canto de los descendientes del rey de Tiro", excelente poema liminar que hace las veces de prólogo, EAR, con la elegancia de dicción que le caracteriza, mezcla de saber hacer y clasicismo, despliega sus armas líricas para evocar, desde la memoria y los recuerdos, una vida pasada que traslada al presente. "Esa ilusión de imaginar que vuelven / -aunque en distinta forma- reunidas / salvación, otra vez, y poesía". Vuelven las fiestas (en Medinaceli y por los Santos, en el cementerio). Vuelve la infancia. Y, de nuevo, ya en la cincuentena, "Mi Edad Media, / mi verdad absoluta, / mi Antiguo Testamento: poesía".
Pero regresan sobre todo los veranos. Y los veraneos. Y los sueños que allí se forjaron y que la vida ha malogrado o disuelto. Aunque sigan ahí. En estos versos. En poemas como "Canción de bienvenida", "Línea de costa". Son "De cuando nuestros padres eran jóvenes". Se celebra el amor y la amistad. La juventud perdida. "Ni vida ni muerte todavía". "El país de la vida", dice en "Padres e hijos", uno de los mejores del conjunto. Se celebra, en fin, el fuego: "Contigo estoy conmigo". La melancolía, que la hay, cede ante el fervor, ante ese "resplandor glorioso" del texto de Julien Gracq de donde el libro toma su título.
Es, acaso, el más transparente de EAR, el de tono más conversacional y cercano, encontramos una métrica precisa (ya dijo Lowell que el verso libre no existe) y poemas, a veces, con rima asonante que no dejan de darle un aire popular o de época. En la nota final se explica que estamos más ante una colección de poemas que ante un unitario libro de poesía. Tanto da. El resultado, que es lo que importa, vuelve a demostrar la solvencia de esta voz tan solitaria como el paisaje de su tierra natal.

Después del éxito obtenido con su libro anterior, Sin ir más lejos, Premio de la Crítica, y tras la aparición de Por la tierra oscura, Fermín Herrero publica Fuera de encuadre en Reino de Cordelia, donde está otro de los suyos: De atardecida, cielos. En una nota de autor, FH confiesa: "Hace muchos años que concebí el puñado de poemas de este libro". Para "arrebañar a la memoria, antes de que fuese tarde, lectura de momentos y sensaciones iniciáticos". Estamos, pues, ante un libro de larga y lenta gestación que a sus lectores puede parecernos, como le ocurre al poeta, distinto de los últimos que ha dado a la imprenta. Y es verdad. Con todo, en estos versos fragmentarios ("solo fragmentos rastro me pronuncian / completo"), en estos poemas sin título, sin mayúscula inicial ni punto final, que conforman acaso un largo poema único, se reconoce su voz. Y su ámbito, aunque la presencia del campo sea menor de la acostumbrada. Está, eso sí, la melancolía y la tristeza. Y la contemplación ("hay que mirarlo todo"). Y las devastaciones: "porque somos despojos es inútil / parar el tiempo y recrearse". Y también el amor y el erotismo: "La primera mujer. / Y sus enigmas". Detrás, ya se dijo, la memoria, los recuerdos. De la infancia, la adolescencia y la primera juventud mayormente. De los tiempos del pop.
Se aprecia, en lo que a los cambios se refiere, un uso deliberado del encabalgamiento y cierto retorcimiento sintáctico. El lenguaje fluye aquí de otra manera también. Más libre acaso. Todo en función de lo que se quiere decir, sin duda. Y se dice.