5.3.19

Circe Maia en EC


Circe Maia.
Selección y prefacio de Jordi Doce.
Pre–Textos, Valencia, 2018. 256 páginas.

En 2011, Jordi Doce anota en su blog: “Circe Maia sigue siendo, a mi juicio, una autora infravalorada y escasamente conocida en el ámbito hispanohablante”, pero fue en 2001 cuando “tuve la idea de preparar una amplia selección de sus poemas para el lector español”. Diecisiete años después y tras no pocas vicisitudes, ve la luz ese anhelado proyecto bajo el título Múltiples paseos a un lugar desconocido. Antología poética (1958-2014).
En efecto, a este lector le sorprende que esa poeta uruguaya nacida en Montevideo (1932) pero residente en Tacuarembó, profesora de Filosofía y académica, víctima de la dictadura militar (que encarceló a su marido), traductora de poetas ingleses (como Tomlinson), reconocida con premios importantes en su país, cuyos poemas han sido vertidos a otras lenguas, no fuera hasta ahora (al menos para uno) más que un nombre y apenas unos versos. Pero sobre todo, más allá de esto, lo que resulta incomprensible es que una poesía de esta categoría no fuera frecuentada por los lectores españoles. De ahí, en fin, que el descubrimiento compartido por Doce sea tan importante y muestre, de paso, su acendrado criterio.
Se recogen aquí poemas de En el tiempo (del 58, aunque a los diez años publicó Plumitas), Presencia diaria, El puente, Cambios, permanencias, Dos voces, Destrucciones (escrito tras la muerte en accidente de tráfico de uno de sus seis hijos), Superficies, De lo visible, Breve sol y Dualidades. Conviene advertir que el editor ha adecuado “los criterios ortotipográficos y de puntuación” por lo que estamos ante unos poemas más limpios y cuidados que nunca. Y ante un compendio, no se olvide, lo que resalta la excelencia.
En su prólogo, Doce alude a su escritura “escueta y pudorosa”, a una “poesía que habla” (más anglosajona que latina) y resume sus apreciaciones con esta certera frase: “Para entendernos, como si la cordialidad y la «palabra en el tiempo» de su maestro Antonio Machado se hubieran aliado con la precisión y el detallismo sensoriales de un Jorge Guillén”.
Uno destacaría su elegancia, su lucidez, su contención elíptica (que la emparenta con la línea no verbosa de la poesía hispanoamericana, la de su compatriota Ida Vitale), su defensa de lo cotidiano y lo sencillo, de los objetos “sin importancia” (una blusa, una silla, un pedacito de mica, una gota de lluvia, una piedra del mar, los espejos…). Del eucalipto y de la parra. Del pájaro y del agua. De los detalles. Sí, de las cosas, a lo W. C. Williams. En “Leyendo a Ritsos” leemos: “Empezar / por acontecimientos mínimos”. Y en otro sitio: “Trabajo en lo visible y en lo cercano / –y no lo creas fácil–“.
Al leerla da la sensación de que todo parece frágil (“Los estoicos decían / que el vidrio hay que mirarlo ya quebrándose.”), fugaz y entrevisto. A un paso siempre de la perplejidad y del misterio (“tensa vida oculta”). Como ella mismo dijo: “El poeta no piensa por ideas sino por imágenes a la vez sonoras, visuales y conceptuales”. En la mirada (que piensa) se cifra lo mejor de esta poesía de la meditación contemplativa y ascética. Sus descripciones iluminan escenas domésticas, paisajes, cuadros (Vermeer, Klee), fotografías… La realidad en ellas se hace real, por paradójicamente imaginativa que resulte: “Amamos realidades porque existen, porque son verdaderas”, escribe, y: “¿Cómo aprende la luz a oscurecerse?”.
Pablo Silva se ha referido a su “carácter cotidiano y filosófico” y la compara con Szymborska, a la que Maia admira. Su lenguaje es, sí, “el de las asimetrías”.
La memoria es otro de sus grandes temas: el pasado, los recuerdos. Machadiana en lo que al tiempo se refiere (“estamos hechos de tiempo”), preocupada por la fugacidad de la vida “verdadera” y por atar al presente lo que nos huye, en varias ocasiones anticipa el momento de la muerte. En “¿Cómo será?” o “Despedidas”, por ejemplo, que cierran este asombroso volumen. “Nada más, sólo eso.”

Nota: Esta reseña se publicó el día 1 de marzo en El Cultural.