He aceptado la amable invitación de El Ciervo, que cumple siete largas décadas de vida, para escribir sobre “el estado de la poesía española” consciente de la complejidad del tema. Lo hago desde el parcial punto de vista de un observador periférico que basa su criterio en la condición de lector. Del todo ajeno a la “vida literaria”.
2020
será para siempre el año de la covid 19,
esa maldita pandemia que ha complicado nuestra existencia hasta un punto que
nunca imaginamos. Y ahí, la poesía (la literatura en general), jugando un papel
decisivo durante el confinamiento, proporcionando no solo ocupación a los
lectores encerrados, sino también luz y consuelo a quienes hemos permanecido, con
angustia, en suspenso.
Lo
primero que cabe señalar del panorama poético español (y eso comprende, por
supuesto, al conjunto del Estado) es su riqueza, vigor y variedad. Se acabaron
las tendencias dominantes y las estratégicas antologías de grupo, aunque
tunantes y “poetas voluntarios” (JRJ dixit) siga habiendo. Esa feliz pluralidad se
debe, en buena medida, a la conjunción de las distintas generaciones literarias
que aquí conviven. Y hablo de poetas en ejercicio, no sólo vivos. Así, por ir
de mayor a menor, habría que empezar por los veteranos del 50 y sus aledaños, aquellos
niños de la guerra. Seguiríamos con los Novísimos
y su entorno, entre los que contamos todavía con poetas industriosos que no se
resignan a callar. Vendrían después los de la Generación de los 80 o de la
Democracia que tiene entre sus filas a numerosos supervivientes de aquellas vanas
polémicas entre los defensores de la “poesía de la experiencia” y sus detractores,
los de “la diferencia” y hasta “del silencio”. De las siguientes promociones, al
menos un par, aún son más los vates en acción. Sí, ésta ha sido desde muy
antiguo tierra de poesía y los más jóvenes demuestran que, lejos de
extinguirse, la lírica de calidad, que es la única que importa, campea a sus anchas
por esta suerte de fértil territorio de la Mancha.
Entre
los poetas deliberadamente no citados (para evitar malentendidos), no faltarían
mujeres, sobre todo a medida que nos fuéramos acercando al presente. Conviene
resaltar cuanto antes la importancia que
tiene la poesía femenina o escrita por mujeres en este preciso momento, por más
que la poesía no entienda de géneros. Y eso sirve para nombrar a las mayores,
ya digo, y a las últimas en llegar pasando por una larga lista que justificaría
hablar incluso de moda si ello no diera lugar a desagradables equívocos. Lo
cierto es que a la abundancia de títulos hay que añadir la de los
reconocimientos, y eso vale para los premios grandes, como el Nacional (ganado
por cuatro mujeres en las cinco últimas convocatorias), el de la Crítica, el
Reina Sofía o el Lorca (que han logrado mujeres en sus dos últimas ediciones),
y para otros menos institucionales pero no por eso menos importantes, como el Hiperión
y el Loewe. Sería sorprendente seguir toda la serie de los cuantiosos galardones
que se conceden cada año para comprobar que la condición de mujer ya no es excusa
para el injusto ninguneo o la deplorable postergación, más bien al contrario.
Ya se sabe que vivimos en un país de extremos.
Algunas poetas no sólo
forman parte de esa dilatada nómina cualitativa, representan además a una corriente
que cobra vigor dentro de nuestra poesía: la que se ocupa del medio rural, el
campo y la España vacía. Hace mucho que el desprestigio se cernió sobre toda aquella
que no fuera, en sentido laxo, urbana. Se la tachó de antimoderna y
agropecuaria, algo que no ha ocurrido por ahí fuera. Según creo, no es el
asunto lo que da el marchamo de modernidad a un poema, sino el lenguaje en el
que está escrito. Así y todo, la naturaleza y los pueblos cayeron hace tiempo
en desgracia y sólo ahora, gracias a libros de poetas como las aludidas y a la
reivindicación de la negra provincia olvidada (donde surge, por cierto, acaso
la poesía más pujante, tal la canaria, la albaceteña o la asturiana), se
empieza a reconocer una manera distinta de decir que es, sin duda, otra manera
de ver y de pensar. Nada nuevo. Siempre ha habido poetas resistentes que nunca
perdieron de vista esa realidad.
Mencioné antes al
Estado (incómoda palabra) y bien está que subraye la importancia que para la
excelencia de la poesía nacional tienen las aportaciones de libros en otras
lenguas también oficiales. Es verdad que los nacionalismos separatistas (esto
es, todos) dificultan de un tiempo a esta parte esa natural fluidez, limpia y
permeable, que siempre ha existido entre lenguas diferentes. No obstante y para
bien, la poesía catalana, la vasca o la gallega escrita en sus respectivas
lenguas autóctonas logran vencer esos obstáculos y el lector del resto de la
nación accede a obras ineludibles. Téngase en cuenta que en los tres últimos
años el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura de España lo han ganado,
por este orden, una poeta en catalán y otras dos en gallego.
Y ya que de fertilidad
hablamos, cómo dejar fuera de esta panorámica los libros de autores
hispanoamericanos, tan presentes en los catálogos de nuestras editoriales; con
frecuencia, gracias a los galardones que aquí se convocan. Son parte esencial
de una lengua común que, por fin, ya no nos separa.
Y a las traducciones
de poesía extranjera, que no dejan de ser también partícipes de la nuestra, más
si tenemos en cuenta que la mayoría de los traductores son a la vez poetas. De fuste,
podemos añadir, y en su mayor parte, a favor de los avances educativos,
pertenecientes a las hornadas más jóvenes. No en vano traducir es la forma más
profunda de leer.
El apoyo de algunas
editoriales modélicas nos permite llegar a libros que, entre otras cosas, ensanchan
nuestra tradición y nos permiten (se conozcan o no lenguas distintas) fomentar
el deseable cosmopolitismo lírico. Baste con citar un par de casos cercanos: el
de la Nobel Louise Glück y el de Anne Carson, Premio Princesa de Asturias.
Sin olvidar el
concurso imprescindible y decidido de las librerías y el amparo necesario de
las bibliotecas, editoriales grandes y pequeñas, veteranas o nuevas, sostienen
con solvencia y rigor este entramado poético que no dudamos en calificar, a
pesar de los irremediables agoreros, de próspero y múltiple.
Cuando le preguntaron al
poeta Franco Buffoni qué opinaba de las nuevas formas de poesía, ésas que
bullen y pululan por las redes sociales, éste respondió: “la
banalidad siempre ha estado ahí”. Lo digo por esa enojosa moda de la parapoesía que da tanto que hablar. Sin
razón, pues está claro que poesía, en rigor, no es, por mucho que algunos
periodistas y lectores formados (no como sus practicantes) la defiendan y hasta
la ensalcen. La concesión del Premio Espasa, uno de los escándalos del año,
demuestra que lo comercial prima y que la presunta poesía brilla por su
ausencia. Ya dijo JRJ hace más de cien años que “la Poesía no admite que se le
mezcle con el mercantilismo brutal que nos invade”. Y que “no debe servir de
pretexto para buscar dinero”. “¡Denme libros!”, dijo aquél.
Nota: Este texto se ha publicado en el número 784 de la revista El Ciervo. Abre un breve pero enjundioso dosier titulado "¿Poesía? Claro" donde los poetas Antonio Colinas, José Corredor-Matheos, Aurora Luque, Cesc Gelabert, Guillermo Carnero, Olga Novo, Eloy Sánchez Rosillo y José María Micó responden a la pregunta: "¿Qué significa para ti la poesía?".
La ilustración de la portada es de Sonia Pulido, Premio Nacional de Ilustración de este año. Ya anuncié aquí atrás que la veterana revista barcelonesa había recibido, también en 2020, el de Fomento de la Lectura.