16.4.22

En Cáceres con Cernuda

Teníamos interés en que nuestros amigos suizos, Jorge y Christophe, conocieran El Figón, el restaurante cacereño donde tantas veces hemos disfrutado de la buena cocina. La más tradicional y la más extremeña. Un clásico. Allí quedamos con ellos y ellos se presentaron con la puntualidad prevista y un regalo en las manos. Un libro. Bien sabe Dios que no soy bibliófilo, pero qué emoción al abrir, y luego oler y tocar, la primera edición (la de Losada del 47) de Como quien espera el alba, de Luis Cernuda, uno de los poetas que más admiro, el mejor, para mí, del 27 y uno de los cinco mejores (podría reducirlo tal vez a tres), en español, de su trágico siglo. 
Los poemas que lo componen, ya se sabe, fueron escritos durante su exilio inglés, entre 1941 y 1944, en Glasgow, Oxford y Cambridge. A pesar de que no en las mejores circunstancias, como cuenta en Historial de un libro, sí en "uno de los períodos de mi vida cuando más requerido me vi por temas y experiencias que buscaban expresión en el verso; a veces, no terminado aún un poema, otro quería surgir". Luego confiesa: "Es quizás una de las colecciones de mis versos donde mas cosas hay que prefiero". Brines, uno de sus mejores lectores, lo consideraba su mejor libro. Le contó a Miguel Mora (El País) que "cuando estudiaba Derecho en Salamanca, encontró Como quien espera el alba en el polvoriento armario de una librería madrileña. Desde entonces, ése fue su libro favorito del autor de Desolación de la quimera, aunque aguantó el trayecto en tren hasta Valencia sin abrirlo «para aumentar el placer del descubrimiento»". 
No debe olvidarse que contiene poemas tan sustanciales en su obra como "Góngora" o "A un poeta futuro". Por lo demás, el título lo dice todo: Cernuda esperaba un nuevo amanecer, para él, un exiliado a la intemperie, y para el mundo, que no dejaba de estar en guerra. 
La comida no decepcionó a ninguno de los cuatro. Al salir, Cáceres, entre aguacero y aguacero (algo muy inglés, por cierto), volvía a ser la ciudad donde uno descubrió, como estudiante, libros como este de Cernuda, donde empecé a pergeñar mis primeros versos, donde, en fin, volvía, muchos años después, a la incesante ilusión de la poesía. Gracias.