5.4.22

Gildardo

En un remoto lugar de México, Texcoco, vive desde hace 40 años Gildardo Montoya Castro. Alguien, dice él, "interesado en ese «juego de palabras», la poesía, según el admirado José Emilio Pacheco". 
Nació en Sinaloa, estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma Metropolitana y cursó la Maestría en Letras Mexicanas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Aún ejerce la docencia en la Universidad Autónoma Chapingo
Tiene tres libros publicados: El ladrón que sobornó a la luna, Armónica para desnudar el sueño y Ebria ilusión del aire. Poemas suyos figuran en las antologías: Los mejores poemas mexicanos (Joaquín Mortiz y Fundación para las Letras Mexicanas, 2005) y Poemas para un poeta que dejó la poesía (Cuadernos de El Financiero, 2011).
A los 62 (como uno, de la cosecha del 59), acaba de iniciar los trámites para su jubilación. 
Hace años que nuestras cartas cruzan el Atlántico. 374 contabiliza mi servidor de correo. En las suyas, torrenciales, vienen confidencias, poemas inéditos y, sobre todo, fragmentos de obras de distintos autores (mexicanos no pocos, como Paz o el citado Pacheco) que, lector incansable, considera oportuno que uno lea o relea. También entrevistas. Sabe que es un género que aprecio. Una de Eliseo Diego, por ejemplo: "Poco a poco fui tendiendo a la mayor concisión posible. Me parecía que mientras menos palabras hubiera, mejor. Y sigo pensando lo mismo. El único principio realmente válido en poesía es el de la necesidad". Otra de Seamus Heaney: "el poeta frente al silencio debe permanecer callado hasta que llegue algo digno de decirse. "
Aunque afirme: "Lo cierto, es que prácticamente ya no escribo. Vivo de cosas de otro tiempo. Es triste", no dejan de llegar poemas. Casi siempre en distintas versiones y con la pregunta: "¿He escrito un verdadero poema?"
En una de sus últimas cartas anota: "Debo estar en declive, acaso en «ese oscuro camino a la vejez» que cantaba uno de mis poetas de «cabecera»: Rubén Bonifaz Nuño". A los dos, llegados a este punto, nos preocupa el imparable paso del tiempo. Normal. "Ahora que el señor Cronos «ese disfraz del diablo» (Lezama Lima), insiste en ultimar su fechoría onomástica (4 de octubre), los recuerdos continúan haciendo antesala en la memoria", escribe. Y: "De repente hay días que siento en mí como una loza pesada, muy pesada, no logro acostumbrarme a mis 61 años... Recuerdo cuando iba de la mano de mi padre y yo no dejaba de preguntarle tantas cosas... Empezaba a nombrar el mundo. Se envejece, se envejece".
Él es un ser nocturno. Uno, diurno. Los dos, animales melancólicos. No deja de escuchar música, algo que a mí me cuesta. En lo que respecta a la correspondencia, no siempre le alcanzo. 
En esos mensajes que parecen lanzados por un náufrago, verdaderas páginas de un diario, abundan, sí, los recuerdos. El padre y su armónica, su abuela María del Carmen y el limonero del patio de su infancia, la inolvidable madre, su hermano Jacobo que vive en Tabasco (al que visita en su finca Kukai, en medio de un exuberante paisaje tropical, la tierra de Carlos Pellicer)... 
Copio, en fin, tres poemas de Gildardo Montoya. Un solitario. Un poeta. Un amigo. Tan lejos, tan cerca. Un abrazo, cuate. 


SÓLO MÚSICA

Caminaba, demasiado nocturno,
casi cuerdo, rumbo a casa.

Caminaba; atrás la chispa, el relajo,
Mozart, divino Mozart, en alto voltaje.

Caminaba,
allegro, allegreto, oscura
carretera sin nadie, y sin nada, en mis
bolsillos.

Caminaba; sorpresa, tenazas, cuello,
voltereta. "Pinche pobre".

Caminaba; pensé, no sé por qué,
en los últimos días de Mozart en la tierra;
sin nada, sólo música, mucha música, en sus
bolsillos.


NIÑOS DEL AIRE

Los vi; con su cajita,
nadería, su precariedad;
se acercaban, escuálidos,
ofrecían leves, frágiles;
"niños del aire" pensé, sentí;
hoy, aquí, los evoco, en esta
hora alargada, dolor, aire,
insomne, oscura.


NUNCA

Desde algún lugar del
destino escucho lunes
acaricio jueves de tus
pasos nunca te miré te
sentí desnuda desde
algún lugar del destino.