Como he contado alguna vez, de los libros que leo, aparto los que me gustan especialmente y voy formando con ellos una inestable columna (parecida a la que forman los que tengo pendientes) en una mesa que está justo al lado de esta en la que escribo. Con la intención de comentar algo acerca de esas gustosas lecturas. (Estas, por cierto, llegan después de las listas y los análisis del año poético, que nadie se enfade.) El tiempo pasa y al final los buenos propósitos quedan en nada. O en poco, como ahora. Ya que la lluvia me impide dar el paseo, aprovecho la mañana para mencionarlos al menos, por si alguien se anima también a leer.
Aunque del 21, La luz que enciende el cuerpo (Visor), de Ioana Gruia, es un libro que merece la pena. Por ejemplo, su primera parte, "Las mujeres de Hopper", título de un libro de cuentos que acaba de publicar.
En Cantar qué (Pre-Textos), de Juan de Beatriz, un libro que, contra todo pronóstico, leí lápiz en mano, hay un conjunto de poemas emocionantes.
La ruptura de una pareja puede convertirse en poesía, por más que ese doloroso trance, tan prosaico en principio, no parezca tenerla. Lo consigue Jesús Beades en Orden de alejamiento (Visor) y con una descarnada y llamativa belleza.
También en el veterano sello madrileño (que sigue dando en el clavo muchas veces, mal que les pese a algunos), dos libros de un par de viejos conocidos: Luis Antonio de Villena y Juan Vicente Piqueras. Del primero, Lujurias y apocalipsis. Del segundo, La habitación vacía. De Villena (que había reunido hace unos meses en la editorial Milenio su poesía completa: La belleza impura) ahonda en su desangelada visión del mundo y se ve atrapado, con nobleza, en las redes de la decadencia (ajena) y la vejez (propia). No es ni de lejos una obra epigonal.
Piqueras, por su parte, dialoga, como dice Landero, con la muerte y, sin lloriqueos ni patetismo, nos ofrece un puñado de poemas dignos del solvente poeta que es.
Los haikus y tankas de Vaho, de Sergio Berrocal, encajan muy bien, por su sutileza y sencillez, en una colección que José Mateos ha sabido ahormar con una coherencia destacable.
El médico y escritor colombiano Octavio Escobar Giraldo es ante todo narrador; sin embargo, Manual de hipocondría (Ediciones La Palma), es un libro de poesía excelente. Puede que ayude a comprender mi alta valoración, más allá de su dominio del lenguaje y de lo bien hilado que está, la condición de hipocondríaco profesional que uno ostenta desde temprana edad. Bromas aparte (bueno, lo de ser aprensivo es demasiado serio), el volumen me ha parecido impecable. Me extraña que Escobar Giraldo sea un poeta tan parco. A diferencia de lo que suele ocurrir con otros narradores, no se nota aquí esa condición, más allá de lo que de narrativos tengan estos lúcidos versos.
En "El deseo de los signos. Notas para una poética", un poema de Diciembres iniciales (Pre-Textos), Mariano Peyrou escribe: "Nada es insignificante" y "La realidad nunca ha hablado un lenguaje realista". Dan buena idea de lo que el poeta pretende. Nada al uso. Una poesía tan desconcertante como lúdica, tan del pensamiento como de la claridad. Escrita con "el deseo de fomentar la individualidad del lector". No apta para cobardes líricos.
Me gustó mucho Autobús de Fermoselle, de la castellana Maribel Andrés Llamero, que inaugura ahora la colección Isla Elefante (dirigida por Ben Clark) con Los inútiles, un libro que confirma mis expectativas con creces y, me atrevo a decir, las de cualquier lector. Su "Arte poética" reza: "Esta tarde yo también quiero confesar, / como Sá de Miranda, / que gusto de lamer mis versos / con el mismo amor y dedicación / que la osa a sus hijos / más necesitados".
Precisamente Llamero firma la nota de la contracubierta de Astroblema (Isla de Siltolá), de Carlos Asensio, un libro personal, con voz propia, quiero decir, diferente a lo habitual en poetas de su edad, demasiado apegados a las simplonas modas parapoéticas. Podríamos decir que se trata de una singular lectura del Altazor de Huidobro, con el que, como afirma Llamero, dialoga. De "meteoro insolente" lo califica la profesora de la Universidad de Salamanca.
Muy oportuno el rescate de Libro del frío (Galaxia Gutenberg), de Antonio Gamoneda, treinta años después de su aparición. Lo reseñé en la revista Ínsula y recuerdo bien la llamada telefónica del añorado Carlos Álvarez-Ude al colegio de Montehermoso, donde uno trabajaba entonces. Ahora le pone un brillante prólogo uno de los poetas que mejor le conocen, a él y a su obra: Tomás Sánchez Santiago. El autor, cabe añadir, de un librito tan breve como precioso titulado La belleza de lo pequeño (Eolas Ediciones) que reúne textos "contra la demasía", inspirados en las cosas cotidianas ("desde el sitio de las cosas") y "los seres suaves". De los que el poeta está siempre "cerca". Palabras que se acercan a una realidad que parece mirada por primera vez. Con sigilo y suma atención. En torno a lo que el leonés de Zamora denomina una "épica domiciliaria".
En la benemérita colección Antologías de Renacimiento ve la luz Arderé siempre, del cántabro José Luis Hidalgo. Reúne poemas publicado entre 1936 y 1947. Por Extremadura pasó durante la guerra. Muy oportuna me parece esta salida a escena, en pleno año Hierro, de los versos del autor de Los muertos que ha editado su paisano Rafael Fombellida, que firma un enjundioso prólogo. Muerto joven, con veintiocho años, cuatro libros y algunos poemas sueltos conforman su legado. Suficiente para reconocerle un lugar en el canon literario del siglo XX español, como pone en evidencia este florilegio.
Cómo he disfrutado leyendo los "perfiles" ("texto en tercera persona de un periodista sobre un personaje") que reúne el director del suplemento cultural de La Vanguardia y escritor Sergio Vila-Sanjuán en su libro Vargas Llosa sube al escenario (librosdevanguardia). Sí, un título que despista un poco. "Y otros perfiles de escritores y artistas de los que he aprendido", lo subtitula. También uno ha aprendido mucho al leer estos "encuentros, momentos, anécdotas y trayectorias" de y con gente tan interesante como Margaret Atwood, Enrique Badosa, Antón Castro, Annie Ernaux, Fumarolli. Vallcorba, García Márquez, Ishiguro, Susan Sontag, Pérez-Reverte, Kallifatides, Kundera, Claudio López Lamadrid, Martín de Riquer, Tom Wolfe, Kapuscinski, Barceló, Tomeo, Bofill, etc. Enseña y deleita, qué más se puede pedir.
Dejo para el final el hermoso cuaderno que la colección Terre di Spagna dedica a la poesía de Jordi Doce, flamante autor del mejor libro de poesía de 2022 según El Cultural, y donde se recogen poemas del gijonés traducidos al italiano por Valerio Nardoni.
Ah, y no me olvido de las revistas. Del espléndido número que la malagueña Litoral ha dedicado a las aves, pongo por caso (en la sección "Bandas sonoras", mi poema El mirlo"), y que consigue lo que parecía imposible: mejorar lo ya realizado en entregas anteriores. Un ejemplo a seguir. Una inevitable referencia. Como ocurre con Sibila, que es otro lujo del que sentirse orgulloso. En la última, entre otros hallazgos, poemas inéditos de Pureza Canelo, José Mateos, María Gómez Lara y Antonio Gamoneda, o un bonito texto del poeta polaco Tomasz Różycki sobre su paisano Adam Zagajewski. Destacaría. además, la pintura de Irma Palacios que ilustra la portada y el encarte de las páginas interiores. Y qué decir de Clarín, otro referente. Por desgracia, saca a la calle su último número (la echaremos de menos), el 162, donde encontramos las firmas de algunos colaboradores habituales: Uriarte (cuyos famosos diarios empezaron a publicarse en la cosmopolita revista asturiana), Cereijo, Benítez Ariza, Cilleruelo, Montesinos, Trapiello, etc. Javier Rodríguez Marcos, que tampoco es nuevo en esa plaza, publica "Cuaderno interrumpido de Tokio". La causa de la interrupción queda sutilmente expresada en la última anotación de su diario: "28 de junio de 2019. Atardecer en el paseo de los filósofos, junto al regato. Una llamada desde España. Allí es mediodía. creo que sí, pero no recuerdo —y ese era el objeto de la llamada—si Julián era donante de órganos. Era". Pérdidas, adioses. Llega 2023.