Felipe Benítez Reyes
Visor, Madrid, 2023. 76 páginas.
Un jurado de lujo compuesto por los poetas Luis Alberto de
Cuenca, Gioconda Belli, Antonio Lucas y Álvaro García, presidido por Fernando
Aramburu (que acaba de reunir su poesía completa), donde no faltaba el editor,
Jesús García, concedía a este libro el nuevo premio Marpoética, convocado por
el Ayuntamiento de Marbella, como, por cierto, el pretérito Juan Carlos I, que cualquiera
se atrevía a resucitar.
Más allá de las lógicas secuelas, la edad puede ser un
problema para un poeta que ya ha cumplido los sesenta y tiene a sus espaldas
una larga y fructífera trayectoria, no sólo poética. Más si, como hace al caso,
publica con frecuencia. Las últimas entregas de FBR son Un mentido color,
de 2021, y La ocasión y el homenaje, premiado con el Hermanos Machado
este mismo año. Inquieta la temible amenaza de la repetición, sobre todo; un
peligro que, con sobrado oficio, el de Rota sortea.
A “esas madrugadas que a veces se prolongan todo el día y a
veces durante toda la vida” hace referencia el título. Ya allí, los expedientes
que el poeta lleva a cabo en forma de poemas. El primero sitúa la escena: “Vuela
tú, mi canción, que iré contigo”. No sin antes aceptar “el final del
espejismo”, sin asumir que “esta grandeza / lo es precisamente por efímera”. La
canción del “sin porqué, / cuando mi vida va más lenta ya que el tiempo”. Un
tiempo que le huye (lo suyo también es una huida: “Vas por dentro de ti como
quien huye / de lo que va buscando”), obsesión a la que dedica la parte más
reflexiva y medular del volumen sin que nunca asome, a pesar de la gravedad del
asunto, atisbo alguno de solemnidad: “Aniversario”; “El reloj nuevo”; “El
espejo”: “Y cualquier día, / cerraremos los ojos para siempre, / y estaremos
también en un espejo, y poco más”; la variación del soneto “Ao tempo” de
¿Sá de Miranda?: “Qué rápido vas, Tiempo, sí, / hasta que llega la desventura”;
“In Arcadia”; el borgeano “Las derivas”, etc. “Miras ya el tiempo pasar
como si nada”, escribe.
Y porque el tiempo es memoria (“¿Qué recuerda la Memoria, /
y el Olvido qué olvida?”): la niñez, por un lado. En “Episodio de infancia” (lo
anecdótico elevado a categoría) o en “Infancia” (el temprano peso de la culpa).
Por el otro, la muerte: “El tránsito” (“Lo peor de la muerte es conocerla /
desde mucho tiempo antes de morir”), “Tanatorio municipal”, el día que murió
Jimi Hendrix (él tenía 10 años), “Las muertes sucesivas de John Keats”, “Los
ausentes”, etc.
La identidad, esa confederación de almas pessoana a que
aludió Tabucchi, es otro tema capital. El diálogo consigo mismo es constante. Pese
a que “Tampoco sé muy bien quién soy conmigo”. De ahí el uso del tú cernudiano,
que aporta distancia y confidencialidad a la vez: “Estás más en lo adverso /
que en la conciliación de los muchos que has sido”. Al fondo, la humanísima
voluntad de entender quién se es.
Al Benítez Reyes más ingenioso le debemos poemas como
“Divagación acuática”, “Heroica” (intemporal, va de un tirano), “Oda a los
empleados madrugadores”, “Fantasmas en el café restaurante Martinho da Arcada”
(una larga estancia en Lisboa aporta un tono melancólico al conjunto), “Apuntes
para la construcción de un templo”, “Égloga de la biblioteca” (donde aflora el
incansable lector), el lunero “Hablar en plata”, etc.
Muy emotivo resulta “Los dos ancianos” (sus padres): “Ellos
son la antesala de un tiempo que vendrá: / están anticipándote”.
Si el primer poema servía de prólogo, el último es un
perfecto epílogo: “Porque esto se acaba. // Ya no tienes el tiempo de tu parte.
// Ya eres el final de tu ficción”.
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.