7.7.25

Carta de Tánger (III)

Ya en nuestro tercer día tangerino, fuimos al Cervantes. Allí habíamos quedado con Maribel Navarro para que nos enseñara el centro (que fue residencia de estudiantes, donde ella estuvo alojada cuando estudiaba bachillerato en el "Severo Ochoa") y, en especial, la biblioteca, la segunda mejor dotada de la red cervantina, la que lleva el nombre, pertinente a buen seguro, de Juan Goytisolo. En ausencia de la bibliotecaria, que había viajado a Granada para una reunión de bibliotecarios de los Cervantes, nos enseñó ella las distintas salas. Como curiosidad, localizamos en uno de los tomos encuadernados del diario tangerino España (fundado por Gregorio Corrochano y que llegó a dirigir el periodista Eduardo Haro Tecglen) el ejemplar del día de su nacimiento, donde curioseamos lo que ocurrió aquel 27 de febrero y donde pudimos constatar, ay, que el mundo ha cambiado poco: era noticia el enfrentamiento entre palestinos e israelíes. Antes de irnos tuvimos ocasión de tomar un té con Juanvi Piqueras y charlar siquiera un rato con él en su despacho. 

Después de volver al hotel para darnos un chapuzón (estuvimos media hora intentando tomar un taxi bajo un sol de justicia atendiendo a las particulares normas que rigen en esa ciudad donde te puedes eternizar procurando subir a uno, ya sea grande o pequeño, beige o azul, ya sea compartido o no), nos acercamos a comer al italiano de la esquina, entre Lafayette y Prince Héritier, Anna e Paolo, muy recomendado, y con motivo. Alrededor, españoles. 

La tarde se nos fue entre lecturas (me llevé dos libros: Creo que el sol nos sigue, unos diarios del poeta y crítico Juan Marqués, que disfruté muchísimo, y el último de poemas de Juan Bonilla: Los días heterónomos, muy convincente también, y me traje uno: A faia de Ponto. Le roi de la Galice, con poemas de Alba Cid) y paseos. A las seis y media tomamos un taxi para ir a la kasbah, en concreto al Espacio Cultural y Artístico Riad Sultan. Allí arriba soplaba un aire fresco. La de la alcazaba es una zona bonita y animada, sobe todo a esa hora. Como rezaba la nota correspondiente "el Instituto Cervantes, en colaboración con la Embajada de España y con la Fundación Baleària, organiza la presentación del libro Matria (colección de poesía contemporánea española y marroquí). El libro propone una selección de poemas de 16 poetas. Los cuadernos han sido entregados mensualmente a lo largo de 2024 a bordo de los barcos de Baleària que navegan por el Mar de Alborán y el Estrecho de Gibraltar, así como en centros educativos españoles de diversas ciudades marroquíes". 
El acto empezó con puntualidad. Con todas las butacas ocupadas, o casi. Piqueras actuó de mantenedor y fue presentando a los distintos intervinientes: el alcalde Tánger, los consejeros de Cultura y Educación de la Embajada de España en Marruecos, José Sarria, de la Asociación de Amistad Andaluza Marroquí–Foro Ibn Rushd, y el presidente de la Fundación Baleària. Luego tomaron la palabra, las poetas marroquíes Fadma Farras y Dalila Fakhri y las españolas Àngels Gregori y Raquel Lanseros. Los poemas de las dos primeras fueron leídos en su traducción al español por dos alumnas del Instituto Español "Severo Ochoa" de Tánger, que lo hicieron estupendamente. Los de Gregori (que me gustaron mucho), escritos en valenciano, fueron traducidos y leídos (además) por Piqueras. Lanseros leyó los suyos en español, sí, pero incomprensiblemente (al menos para mí), se dirigió al público sólo en francés. Hasta el alcalde de Tánger dio su discurso en español y en árabe, lengua en la que también se dirigió al público el consejero de Cultura.

El concierto de Sheila Blanco, en torno a poemas musicados por ella de las poetas del 27, fue todo un éxito. Esa mujer tiene una voz espléndida y esos versos ganan en sus versiones, si no es incorrecto decir tal cosa. En todo caso, así lo creo
Blanco toca el piano con la profesionalidad de quien ha cursado estudios clásicos de ese instrumento. Como los de canto, en el Conservatorio de Música de su ciudad natal. En la Ponti se licenció, además, en Comunicación Audiovisual.
Salimos (dentro hacía calor), nos despedimos (de Aurora e Ignacio, con quienes nos hicimos una foto para los amigos suizos) y, ya fuerapuertas, compartimos taxi con el amable dueño de un bazar de Larache, enamorado, como tantos árabes del norte de Marruecos, de la cultura española y que había venido ex profeso para asistir al espectáculo. Le dejamos en casa de su hija (pagamos con gusto su carrera) y seguimos viaje hasta el hotel. 
Me sorprendió mucho ver el gentío que poblaba los parques y terrazas de El Marshan, un barrio residencial y tranquilo próximo al palacio del que toma el nombre, esto es, el Palacio Real (como todos los del Reino de Marruecos, siempre en perfecto estado de revista por si el rey se presenta de improviso) y de la Gran Mezquita.