Hace un año reseñábamos aquí el primer tomo de la poesía
completa de Eduardo Chirinos (Lima, Perú, 1960-Missoula, EE.UU., 2016). En
homenaje a los Beatles, tituló los tres cuadernos que la componen con un
color: rojo, azul y blanco. Éste, Cuaderno azul, incluye
poemas publicados entre 2000 y 2010, de sus libros: Abecedario del agua,
Breve historia de la música, Escrito en Missoula, No tengo
ruiseñores en el dedo, Humo de incendios lejanos, Catorce formas de
melancolía y Mientras el lobo está.
En su prólogo (“Hacia el norte”), Álvaro Salvador demuestra
que conoce muy bien la poesía de Chirinos. Es cercano (fueron amigos) y didáctico.
Tras destacar, entre otros rasgos, el “eclecticismo formal”, su “lucidez
humilde y muy humana”, la capacidad del peruano por abordar “todos los
registros”, el “coloquialismo lleno de ternura e ironía estructurado en formas
realistas” (sin olvidar su oralidad, “la libertad neovanguardista” y el culturalismo)
y de dedicar algunas páginas a la presencia capital de los animales en su obra
(“metáforas culturales” para el autor), analiza el conjunto libro a libro.
Ya indicamos que El equilibrista de Bayard Street “anuncia
con claridad el Cuaderno azul”, por más que Chirinos lo incluyera
aún en el rojo. Por lo mismo, Abecedario del agua ―escrito en
prosa poética, colmado de lugares y de infancia― podría haber formado parte de
aquél. Cuestión de tono. A partir de Breve historia de la música “la
inflexión” en su trayectoria es evidente. Aunque “verbal”, la música de estos
poemas, inspirados en piezas populares y clásicas, se acerca al “estado de
pureza” que la caracteriza, con los que quiso “ofrecer un entramado de
historias que la música nos cuenta a aquellos que siempre la queremos
escuchar”.
Cuenta que Escrito en Missoula es fruto de un viaje
en coche y en pareja, “hacia el norte por el noroeste”, “en pos del espacio donde
habríamos de instalar nuestra casa”. De ahí que Salvador aluda perspicazmente a
“la fundación de un espacio poético”. Tan real como literario, matizo. La
alianza entre lo autobiográfico y lo metapoético es una constante en esta
poesía. Leemos: “Aquí he perdido y recuperado para siempre a mi padre”, al que
dedica la sección “El regalo”. Es un libro escrito en apasionada “plenitud”.
Donde vuelve a caer, confiesa, “en las redes de mi propia infancia”.
Con No tengo ruiseñores en el dedo, cambia de
registro. Salvador subraya su lucha por “descifrar lo «efable»”, no eso
inefable que habría “detrás de las palabras”. Las iluminaciones de esta entrega
así lo justifican: “El tiempo / incendia, el tiempo desvanece. / Y el poema
dice su verdad”.
Humo de incendios lejanos es un ambicioso, sorprendente
libro que parece escrito en estado de trance. Sin signos de puntuación ni
mayúsculas, entre el verso y el versículo, fluye como sólo la poesía automática
podría hacerlo, lo que no quiere decir que Chirinos la practicara. Es, ante
todo, la obra de un lector.
Asombra también la delicadeza de Catorce formas de
melancolía, d'après Boissier, donde vuelve a logradas formas breves
y epigramáticas.
El volumen se cierra por todo lo alto. Con el emocionante Mientras
el lobo está. Chirinos en estado puro. La nieve y el frío, la diabetes y
Carole Bouquet, Lennon, Cardenal y Heaney. “Me gusta la serenidad de Auden”.
“El dolor es la materia de la que están / hechos los poemas”. Que hablan de
“cosas / más bien simples”. Contra lo sublime, que “se hunde siempre en lo
ridículo”.
Chirinos es “el poeta hispanoamericano más brillante y
reconocido de su generación”, según Salvador. Sus lectores “construimos con su
recuerdo una patria, la patria de la poesía”.
| Eduardo Chirinos Edición al cuidado de Jannine Montauban. Prólogo de Álvaro Salvador Pre-Textos, Valencia, 2025. 384 páginas. 27, 00 €NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL. |

