16.12.11

Palabras en el Verdugo

Cuando Juan Ramón Santos nos confirmó que algo habría que decir en el acto de reapertura de la Sala del Verdugo, Hidalgo Bayal echó mano de la literatura y citó la socorrida frase de Bartleby, el personaje de Melville: "Preferiría no hacerlo". Como buen discípulo, y sin insistir dos veces, me puse manos a la obra y pergeñé el texto que voy a leer a continuación, no sin antes encomendarme al santo del día, San Juan de la Cruz, patrón de los poetas. Una vez escrito se lo pasé a Gonzalo que me dio un benévolo "visto bueno", más que nada por quitarse de encima el mochuelo cuanto antes. Hablo, pues, en nombre de los dos. O, mejor, leo en nombre de los dos.  (En ese momento Gonzalo añadió: "Somos escritores por escrito".)

Evocaba hace poco lo que ha significado para muchos ciudadanos de Plasencia, entre los que nos contamos, el confortable salón de actos del Aula de Cultura, más conocido, por algunos, como el Club del Verdugo, denominación atribuida a Gonzalo Hidalgo Bayal. Fue a mediados de noviembre, en la presentación del libro de Álex Chico. Aquí asistimos a no pocas sesiones del cine-club (de, pongo por caso, un clásico del género: El año pasado en Marienbad, una peligrosa decisión que le pudo costar la vida a su programador, un tal Gonzalo Hidalgo Bayal), presentaciones de libros (cuánto me impactó la de Cantos de Plasencia, del mexicano Hugo Gutiérrez Vega), recitales musicales (de Pablo Guerrero, por ejemplo), conferencias (del vehemente Santiago Amón –que no Antón, alma de esta sala durante años- o del tranquilo Gonzalo Hidalgo Bayal, que disertó una vez sobre los goliardos), etcétera, etcétera, etcétera. En lo personal, tanto Gonzalo como yo hemos presentado aquí libros nuestros y una vez lo hicimos al alimón.
Durante años, de Caballero Bonald a Bernardo Atxaga, el Aula de Literatura "José Antonio Gabriel y Galán" tuvo en este lugar su sede portátil y por ella pasaron 28 escritores. Luego han seguido pasando, hasta 56, pero por el flamante auditorio de Santa Ana. Es verdad que fuimos Gonzalo y yo quienes la fundamos, pero sería injusto olvidar a nuestro querido amigo Ángel Campos Pámpano, a la sazón presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, el principal instigador de esta aventura; una aventura fundamental en lo referente al definitivo abandono de nuestro secular atraso literario, un hito que conviene recordar hoy en presencia del Director General de Promoción Cultural de la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Extremadura, para que lo tenga en cuenta a la hora de aplicar los dichosos recortes presupuestarios.
Es justo mencionar también a la Caja de Ahorros de Extremadura, que gracias a la complicidad del citado Santiago Antón, ha venido ejerciendo de patrocinadora desde el principio. Y, cómo no, a los institutos de secundaria, a sus alumnos, equipos directivos y profesores, que han aportado el imprescindible ingrediente pedagógico al invento. Por no hablar otra vez de los fieles que en número suficiente -y, a días, hasta abundante- nos han acompañado.
Sí, por fin recuperan los ciudadanos placentinos el Verdugo, de lo que muchos nos alegramos. Se renuevan las butacas, se pintan las paredes en blanco y negro, cambia la mesa presidencial y sus altos sillones tapizados de terciopelo, se instala la calefacción (para que no tengamos que repetir aquella famosa frase de mi padre: “María José, ¡cuántos resfriados nos hemos pillado aquí!”), aunque con esos cambios no volverá aquella pregunta mágica, inevitable, que flotó durante años sobre este local, noche tras noche, detenida en nuestra memoria para siempre: "¿Su poesía es vertical u horizontal?".
"Nosotros, los solitarios", dijo Nietzsche, una frase a la que solemos acogernos los escritores y, en especial, los poetas. Escribir es una tarea ingrata por lo que tiene de soledad y aislamiento, de ahí que cualquier reconocimiento por parte de los lectores -del público, de la inmensa minoría-, por mínimo que sea, resulte tan gratificante. No digamos si es en la patria chica, en la que uno, ay, nunca es profeta. Así entendemos este gesto del Ayuntamiento, de su Concejalía de las Artes, hacia Gonzalo y hacia mí al dedicarnos ahora esta sala.
Con actividades como la del Aula de Literatura, no nos cabe duda, se contribuye al fomento de la cultura (y de la lectura, por supuesto) y, de paso, se hace ciudad y nosotros estuvimos encantados de que así fuera. Lo mismo que, después, han seguido haciendo Nicanor Gil y Juan Ramón Santos. Ése ha sido todo nuestro mérito.
No siendo Gonzalo y yo abogados o arquitectos para ponerle a un despacho o a un estudio Hidalgo & Valverde; ni empresarios, como los de esa fábrica de vigas y otros hormigones que había en la A-5, a la altura de Maqueda: Pujol y Castelo; ni tan osados como para escribir, como Bioy y Borges -o como Benítez Reyes y García Montero-, una novela a cuatro manos, sólo había una posibilidad de unir nuestros respectivos apellidos y consolidar, de paso, nuestra ya vieja amistad, y esa feliz coincidencia ha llegado bajo la forma de una modesta placa situada en un discreto rincón de ese lugar donde, tanto Gonzalo como yo, hemos pasado horas gustosas. Gracias.

NOTA: Este texto, como dije al principio, se leyó anoche en la Sala Verdugo en presencia del alcalde la Plasencia, Fernando Pizarro, del mencionado director general, de algunos concejales (Prieto, Custodio y Nisa), del diputado regional Francisco Martín y de numeroso público entre el que cabe destacar un grupo de compañeros y amigos. La mayoría, con todo, eran aficionados a la música. Después de escuchar el magnífico concierto de Pacombo, me confirmo: lo importante de la velada fue el jazz.