20.10.12

Agustín Villar

Aunque nacido en Salamanca, Agustín Villar era un escritor extremeño. Desde hacía mucho, cuando llegó aquí para ejercer su profesión de inspector de trabajo. Como recuerda el diario HOY, "desde 1979 hasta 1997, durante 18 años, ocupó el cargo de director provincial del Ministerio de Trabajo." 
Antes de conocerlo personalmente, leí su libro Seducción de la bruma, un deslumbramiento, me consta que no sólo para mí, en medio del erial lírico extremeño de los primeros ochenta. Luego, nos tratamos mucho. Compartimos tareas en la Asociación de Escritores y en mis años emeritenses nos vimos con frecuencia. La resolución de conflictos entre empresas y trabajadores, su labor, le obligaba a viajar con frecuencia hasta allí.
Se enfadó mucho con Ángel Campos y conmigo cuando le dejamos fuera de la antología Abierto al aire. Con razón, creo. Cada vez estoy más convencido de que ser extremeño es un estado de ánimo. Una forma de ser y de estar en el mundo que nada, o casi, tiene que ver con territorios y fronteras. Se puede ser extremeño sin haber nacido en Extremadura y al revés: no serlo a pesar de lo que diga en el documento nacional de identidad. Por estos lares, para muchos, el nacionalismo pertenece al pasado y, por tanto, a la Historia. 
Él, como poeta (y no sólo), era de los nuestros. Aquí había publicado el grueso de su obra, todo tras Memoriales y futuros (Madrid, 1978): el mencionado Seducción de la bruma (1982), Galería en cuarentena (1984), Ars amandi (1989), Velar la vida y otros relatos (1995), Crepusculario menor (1998), Ortigas (1999), Razón de mudo: aprender a esperar (2008), Sedicción del naúfrago (2009).Varios de ellos en la Editora Regional, donde decidí publicar el grueso y enjundioso Razón de mudo, acaso el libro donde mejor se calibre el peso literario y el mundo personal de Villar. 
En mayo de 2009, un día después de presentar en Cáceres Sedición del náufrago, el titular del periódico afirmaba: "Agustín Villar se despide de las letras".
De personalidad poderosa, conversador inteligente, no era un tipo de trato sencillo y discutimos a veces. De cómo era da buena cuenta Ortigas. De su dura batalla contra los otros y contra el mundo.
Miguel Ángel Lama, que fue su amigo y estuvo en contacto con Agustín y su familia hasta su muerte en Madrid, se hace eco de la mala noticia en su blogNo somos los únicos que sentimos su marcha definitiva. Nos queda la sensación, hablo deliberadamente en plural, de que no se le hizo justicia. Nada nuevo. Lo raro hubiera sido, en esta injusta tierra, lo contrario. El periodista Juan Domingo Fernández no pudo ser más oportuno en su artículo de ayer.