Vejer de noche, Lourdes Castellanos |
Se puede decir que uno aprovechó los diecisiete días conileños. Tan rutinarios y sencillos como siempre. Paseo matutino, tareas caseras, lectura, baño en la playa, piscina, comida y descanso, lectura y piscina, playa de nuevo, puede que alguna caña, cena y, pronto, a la cama. Le puedo sumar a esa inercia la tradicional visita a Cadiz, que se saldó sin libros, y otra a Vejer, para asistir a la procesión de Nuestra Señora de la Oliva, que vimos enfrente de la biblioteca municipal (Palacio del Marqués de Tamarón), al lado del actor Paco Algora y su puesto ambulante de firma de libros. Fue una excusa perfecta para volver a ese pueblo alto, blanco y laberíntico, esta vez de la mano de un vejeriego de pro que nos enseñó, en un inolvidable paseo nocturno, lo que Y. y yo, asiduos de ese sitio, todavía no habíamos logrado descubrir.
Como está mandado, un par de días sopló el levante (que, según dicen, este verano ha azotado esas costas como hacía tiempo). Y me pasé por la librería María Zambrano. Y fuimos a tomar tapitas a los bares de siempre y una copa (los demás, yo cocacola) en la terraza a poniente de Pedro Jesús, por La Atalaya, nuestro barrio de allí. (Me he dado cuenta de que hago más vida social en esas dos semanas que en el resto del año.)
Pero agosto es también placentino. De madrugadores paseos, encierro en casa por culpa del calor, películas y tertulias televisivas y, cómo no, lecturas. Bueno, y recuerdos. El 26 se cumplió el octavo aniversario de la muerte de Fernando Pérez, que este año me pilló con el blog apagado. Y cinco hace que murió Ángel Campos, a quien también he recordado este verano mientras leía despacio el homenaje que se le ha dedicado en el número 7 de la revista El Alambique, que dirige Agustín Porras. El dossier ha quedado estupendo, algo que hay que agradecer al anfitrión y a los colaboradores, sí, pero también al coordinador del mismo, Miguel Ángel Lama. ¿Ausencias? No sé. No he echado a nadie en falta. Allá penas.
Uno tomó notas para escribir una guía de lugares que iba a ser el relato de mis encuentros con Ángel. De los más significativos. No me atreví. Envié a Lama este poema, escrito desde la admiración. También desde la rabia, por cómo se hicieron algunas cosas.
HOMENAJE (Á. C. P)
Lo que iba a ser una conversación
entre viejos amigos que leyeron tus versos
con la pasión debida
se ha convertido al cabo en un evento
con discursos, placas y autoridades.
Extraños nada más, usurpadores.
Lo dejó dicho Holan: al poeta
no le perdonan ni la muerte.
Este verano se fue también la madre de mi amigo Carlos Medrano. En Valladolid, por donde pasé fugazmente hace unas semanas. Se fue con discreción y elegancia. Conservo una fotografía de ella, ya seriamente enferma, con su hijo. En el hospital. Lo dice todo.
Y se fue Martín Ferrand, uno de mis primeros referentes culturales, cuando salía en televisión después de comer para comentar libros y exposiciones de pintura, y Seamus Heaney, un poeta al que admiro, de cuyas reflexiones sobre poesía tanto he aprendido. Uno de los grandes, sin duda, que, además, me caía muy bien.