Ha leído uno de todo a propósito de la muerte de Panero. Se nota que a los medios les encanta el malditismo. Siguen asociando poeta con bicho raro. De entre las pocas cosas sensatas, rescato los breves textos de Carlos Marzal -que ha comentado a su vez, Felipe Benítez- y de Zoki, tan equilibrado como emotivo -del que me informa Carlos Medrano-. Los copio aquí con el tácito permiso de sus autores.
A PROPÓSITO DE LA MUERTE DE LEOPOLDO MARÍA PANERO
Aunque ha muerto hoy, tengo la impresión de que Leopoldo María Panero ejercía de cadáver desde hacía ya muchos años. Desde la infancia. Era nuestro muerto oficial, el profeta de una Iglesia, la del malditismo, que necesita un sumo sacerdote sobre la tierra. Tengo la impresión de que a sus fieles les interesaba más la leyenda hagiográfica de Panero que sus evangelios: más sus salidas de tono y sus disparates que sus libros; más su deterioro - que interpretaban como una muestra inequívoca de genialidad- que los mismos poemas. A ciertos espectadores, tan preocupados de su propia salud, les encanta que algunos artistas malgasten la suya.
Creo que fue un poeta enormemente desigual, un poeta loco en muchos sentidos: poderoso y genialoide, clarividente y confuso, palabrista y certero. En "Narciso" y "El último hombre", los libros suyos que más me gustan, hay un buen puñado de magníficos poemas, de una rara violencia verbal, de una bronca extrañeza, de un tierno desamparo, que es el desamparo de todos sus lectores. Carlos Marzal
SOBRE LEOPOLDO MARÍA PANERO
"Hasta la publicación de sus 'Poemas del manicomio de Mondragón', Leopoldo María Panero visitaba zonas de riesgo poético. Nada era previsible en sus textos. Después, deteriorada la salud, encontró una fórmula eficaz para sobrevivir protegido por las palabras. Esto se sentía en el trato personal. Cuando lo visitaba, venía a mi encuentro sin que se supiera observado. Muchas veces lo vi caminar ensimismado por un jardín con suelo de gravilla, lejos del personaje construido entre todos. Luego pasaba horas exhibiendo ingenio, citas literarias, humor fino. También comunicaba una interminable lista de persecuciones padecidas. Creo que nos contemplaba desde esos falsos delirios. Cuando faltaba media hora para la despedida, se quitaba las máscaras, arrumbaba los juegos, y ahí surgía un hombre profundo, solitario, con temblores de abandono. Así regresaba el poeta verdadero". Francisco Javier Irazoki