Antonio Bravo García es uno de tantos extremeños que tuvo que salir de su tierra natal camino de la emigración. Sus padres se marcharon a Asturias, a Mieres, para trabajar en la minería en la postguerra. A aquel mundo desaparecido, de ayer, remite el título de su libro Mitología de cristales negros (Gijón, 2013), un libro que sorprende por su verdad, algo que, sin ser reconocido como recurso literario, aquí es pieza fundamental y aporta notable valor al empeño.
Profesor de la Universidad de Oviedo, de Filología Inglesa, se aprecia su gusto por poetas ingleses como Wordsworth o Auden, cuyos tonos casan estupendamente con su manera de decir.
Alude el propio Bravo a la poesía "social" en una Nota del Autor (donde menciona incluso a Celaya), pero uno cree, sin embargo, que por mucho que la lucha de aquellos hombres y mujeres (bajaran o no a la mina) esté presente en estos versos épicos, lo que prima es la visión crepuscular de aquel mundo oscuro y perdido donde la felicidad brilló a veces. Algo que se percibe sobretodo en la primera parte, "Qué verde era mi valle", la más inspirada del conjunto.
La infancia, la adolescencia, la juventud... La casa, el colegio, el instituto, los parques... La tristeza, la enfermedad, la muerte... La madre.
Recuerda Bravo "991 A. D.", el cuento de Borges, donde el caudillo exige a un soldado, el poeta del pueblo, que abandone el campo de batalla, salve así su vida y sea el cantor de todo aquello. Como aquél, Bravo se erige en "testigo privilegiado" de lo que sucedió: "Yo soy tu pregonero del tiempo del olvido / en estos foscos días del desahucio."
Con esta cita termina, por cierto, el breve pero muy logrado prólogo de Francisco Trinidad, otro fantasmal habitante de la cuenca del Caudal y testigo también de la penosa vida que allí llevaron numerosas familias.
Al final, eso sí, entre la desolación y las ruinas, gracias al poder reparador de la memoria, vuelve a verdecer (escrito) aquel valle. Algo que hay que agradecer al elegiaco Bravo García.
Al final, eso sí, entre la desolación y las ruinas, gracias al poder reparador de la memoria, vuelve a verdecer (escrito) aquel valle. Algo que hay que agradecer al elegiaco Bravo García.