El vuelo y la mirada es el segundo libro que publica Luis Llorente (Segovia, 1984). En la colección Tierra, de La Isla de Siltolá, ese vivero de nuevas voces poéticas que dirige, conviene recordarlo, Javier Sánchez Menéndez.
En el título encuentra uno esa palabra clave que define bien el alcance de esta apuesta. Estamos ante un desafío ambicioso, con vuelo. La otra palabra es también decisiva: si algo hay aquí es una mirada precisa que observa cuando el mundo muestra.
Pistas fiables son también las citas de JRJ y Valente que abren el volumen, muy unitario en, digamos, fondo y forma. Del último Juan Ramón y del primer Valente, según creo. Lo digo porque no es éste el único poeta del 50 interpelado en estos versos. También hay ecos de Claudio Rodríguez, ante todo (su presencia se lee y hasta se palpa) y de Francisco Brines. El tono, y por eso me atrevo a afirmarlo, es meditativo, como el de aquellos. El paisaje, añado, el castellano del de Zamora. Sutil, apenas subrayado, pero ahí. Los poemas son extensos (a veces formando breves series) y el modo de proceder, por eso, discursivo. El ritmo impecable, con encabalgamiento a los Rodríguez, pongo por caso, que dan en una lectura también de altura. Que, en todo caso, le ayudan al lector a leer, valga la redundancia, como es debido. O eso nos parece a algunos. Hay oído, recalco. Un regusto clásico de la mejor estirpe. No todo van a ser jóvenes poetas insustanciales a la americana que juegan a versificar poquedades o naderías en un idioma extraño.
Aunque la naturaleza está delante de nuestros ojos, como todo en este libro, no abruma, ni cansa, ni es tópica. Me remito a lo anterior. Sirve, a través de los símbolos, para evidenciar un estado de ánimo, ciertas reflexiones (acecha la María Zambrano de Claros del bosque), algunos sentimientos... Como el amoroso: "todo aquí se ilumina porque existes" ("El paseo").
La luz es otro elemento simbólico de primer orden. Que viene del cielo, como la de Rodríguez. Habla de "la arquitectura de la claridad" (un verso que podría haber servido de título a este libro). De la "secreta llama de la vida". Se afirma que "el hombre es un animal de luz". Que "ya eres / el idioma de la luz" (en el que Llorente escribe) o de "la luz sagrada entre las cosas". "La apariencia de la luz" titula la segunda parte de las tres de que consta la obra.
Estamos ante un canto inspirado, "palabra / de celebración", que no teme a sobrevolar, ya decía, la cortedad de vuelo de algunos presuntos poetas. Vaguedades metafísicas, dirán algunos.
Y ya que hablo de poetas, a los citados habría que añadir nombres que él mismo menciona: Machado, san Juan de la Cruz, Panero (padre), Gamoneda... Y los que no cita y uno sí: Colinas, por ejemplo. Y Luis Javier Moreno, su paisano recién muerto, al que dedica un poema, alguien que nunca fue (y es) mal ejemplo.
No puedo negar que he sentido afinidad con esta poesía. Inevitable, supongo. Por confluencia de maestros. De lecturas comunes. Más allá, aprecia uno coherencia, mucha coherencia en este libro honesto.