4.6.16

Cadenas: una crónica

He esperado unos días para comentar aquí con la serenidad debida lo que sucedió en el homenaje al poeta venezolano Rafael Cadenas que se celebró en la madrileña Casa América el pasado 30 de mayo. Lo mejor sería, en todo caso, que cada cual lo viera y escuchara, porque se grabó por completo. No hace falta decir que fue emocionante. Mucho. Fue eso que llaman una noche mágica. Lo sustancial, lo que dio categoría al acto, radicó, no importa el orden, en la masiva presencia de personas en el Anfiteatro Gabriela Mistral, que imponía; en la complicidad expectante de ese público: en primera fila, el filósofo Fernando Savater y el editor Manuel Ramírez, y ya en las gradas, poetas como Enrique Andrés Ruiz, José Cereijo, Francisco Caro y Javier Lostalé, pintores como Alejandro Corujeira o la viuda del poeta Ángel Crespo, Pilar Gómez Bedate, cuando está a punto de salir la antología de poemas de su marido que Jordi Doce ha preparado para la Fundación Ortega Muñoz; en los sucesivos textos leídos que, gracias a la hospitalidad de José Luis García Martín, se publicarán en la revista Clarín: el de Marina Gasparini (alma del homenaje, que vivió como nadie ese momento en el que se celebraba la obra de su querido profesor), el de Jordi Doce (que volvió a demostrar que es un lector excepcional), el de Antonio López Ortega (organizador del encuentro, autor de una jugosa entrevista inventada a partir de reflexiones de Cadenas) y el de Manuel Rico (un crítico de referencia, como se pudo comprobar); y, por fin, lo mejor, en la lectura de poemas que realizó el protagonista de la noche. Poemas dichos en voz baja. Entre balbuceos y dudas. Versos, sin embargo, nítidos y precisos a los que acompañó de algunos comentarios y dolidas referencias a Venezuela y a los tiranos.
Me alegró mucho saludar a amigos como Clemente Lapuerta (visto y no visto, ay), Pedro Burgos (que iba camino de Nicaragua) y María Sánchez Romero (hola y adiós). También saludé a Blanca Ruiz y a Adriana Bertorelli, sorpendida por un verso de Cadenas que no conocía: “No quiero estilo, sino honradez”. Y todo con la prisa de costumbre.
Los venezolanos abundaban y sus rostros lo decían todo. La situación de su país no da para menos. Viven con el corazón en un puño. El respeto hacia el maestro, como ellos llaman a Cadenas (uno, qué curioso, centraba en ese asunto sus palabras), es imponente. Por eso, cuando se acercó al atril, el silencio fue sonoro.
Antes, al llegar, tuvimos ocasión de charlar Jordi y yo con él. Sí, es un hombre callado. Sus versos lo presagian. Luego, se incorporaron a la conversación Marina, Antonio y Manuel.. Además de los anfitriones: el director de Casa América, Santiago Miralles Huete, y la encantadora Anna María Rodríguez Arias, coordinadora del Área de Literatura. Fue en presencia de Paula, su hija (nombre de hija de poeta: Ángel Campos, el propio Doce...).
Cuando me despedí de él (no asistí a la cena del Círculo de Bellas Artes, el trabajo y las obligaciones mandan), sentí, a pesar de que acabábamos de conocernos y de que es probable que no volvamos a vernos nunca más, su cariñosa cercanía. Me disculpé, volvió a pedirme que le enviara mi texto, nos miramos a los ojos mientras él apretaba con su mano mi antebrazo, eso fue todo. Ahora haré lo que es debido: seguir leyendo su poesía con el mismo entusiasmo. Conocer al hombre que la ha escrito no enturbia mi admiración por ella. Al revés. Lo que me confirma, creencia acaso ingenua, que un gran poeta tiene que ser al mismo tiempo una buena persona. La reseña de su último libro ya está escrita.