7.9.16

Kiosco

A un paso del Acueducto, la estatua del poeta Gabriel y Galán y la Fuente Rosa de San Antón, en un rincón del Parque de la Rana y al lado de la fuente que le da nombre (aunque no el oficial, que será el de la Cruz de los Caídos), en plena Avenidísima, había un kiosco de prensa. Desde que tengo memoria, siempre estuvo ahí. En su día, cuando uno era chico, le decíamos "el del Mocho". Un puesto similar al que tenía en la puerta del Sol la señora Felisa, también de golosinas. Cerró a mediados de agosto. Allí compraba uno los periódicos algunos sábados y todos los domingos y su amable dueña (gracias) me guardaba cada semana un ejemplar de El Cultural, algo nada sencillo en este pueblo. 
Me duele que se cierren los kioscos. Como las librerías. Al fin y al cabo, libros y periódicos con para uno partes de lo mismo: almacenes de cultura analógica. Después del de Aquilino (por donde pasaba cada día a por la prensa Bayal) y el de Manolo (en la plaza, acaso el más antiguo y conocido), le ha tocado el turno a éste. Pena, ya digo. Uno piensa en los kioscos de su vida, que han sido unos cuantos, y recuerda con nostalgia, a bote pronto, el que había al final de la Avenida de la Vera, donde compraba cada tarde de verano un polo a mi hijo al venir del baño en el molino; el del ambulatorio, donde otra mañana estival encontré por sorpresa Huesos de sepia, de Montale, un libro del que aprendí mucho y que me ha deparado ratos estupendos; los de la Plaza Mayor de Salamanca, puestos más que kioscos, asociados a los viajes a esa ciudad tan querida; el de la plaza de Mérida donde conseguía un ejemplar de La Vanguardia con el suplemento Cultura|s; y otros tantos que han ido desapareciendo de las calles de Plasencia. Mientras, el Ayuntamiento, dicen que para crear nuevos empleos, construía y sorteaba recientemente ocho nuevos kioscos; una iniciativa, salvo contadísimas excepciones, fracasada.
Por suerte, sigue habiendo locales donde comprar la prensa de papel. El de Charo, en la plaza, sin ir más lejos. Por cercanía, uno se traslada a Marina. Soy cliente habitual de esa educada pareja de sirios que lo mismo te venden una barra de pan que El País o El Mundo. Ahora, además, La Razón, para mi querida madre.