La última Feria del Libro de León, la trigésimo novena que se celebraba en esa vieja ciudad, fue pregonada por el poeta Tomás Sánchez Santiago. Me hace llegar, y no sabe cuánto se lo agradezco, la edición en papel de ese discurso, que él titula con un gran sentido de la oportunidad La canción del disidente. Lo publica Manual de Ultramarinos en "honesta edición precaria", dentro de su colección Papeles del Feriante. Fue pronunciado en el pomposo Salón de los Reyes del Ayuntamiento y todavía duran (y más que van a durar) los resquemores de las autoridades presentes en el acto.
A partir de un verso de Berceo, escrivir en tiniebra es un mester pesado, TSS afirma al empezar: "El escritor es el que se dedica a sacar agua de la oscuridad. Si es que la saca. Escribir es algo incierto que exige apartamiento y penumbra. Tengo siempre a punto una respuesta prefabricada para esa pregunta que habitualmente se hace: “¿Qué es un escritor?” Digo siempre –lo sigo diciendo porque creo en ello– que ante todo un escritor no es una figura social. No es alguien que deba intervenir en los jaleos públicos que iluminan –pero con luz de gas– el oleaje del mundo. No es hombre o mujer de tertulias, de concursos, de entrevistas atadas a la banalidad… El escritor es otra cosa: un medio monje, un medio ladrón, un medio mendigo. Eso creo. Escribe en una soledad conventual; entra a saco en palabras de otros para llevarse algo entre las uñas; se encuentra a menudo como un menesteroso, suplicando una palabra que llevarse a la boca para seguir comprendiendo un poco más al mundo". Tras asumir con orgullo el papel de pregonero y preguntarse por su significado y jugar con la palabra en distintos contextos, pasa a ejercer de tal no sin antes calificarse como "incómodo, crítico, lenguaraz". "No un incauto enredado en un discurso de circunstancias, tan pomposo como inocuo". Y ahí empieza el meollo de la cuestión, donde dice: "Este es un país de gestos y de ruido. Un país desde siempre sobreexcitado socialmente en espacios donde reinan la estridencia y el desconcierto: en bares y en cafés, en estadios, en plazas de toros, en reuniones de las comunidades de vecinos (de donde vendrá, sin duda, la tercera guerra mundial), en tertulias y debates de gallinero… Tener razón, para los españoles, siempre se ha identificado con la altisonancia". Sí, "este es un país de pregoneros. A la hora de actuar nos quedamos en eso: en una galería de gestos y en ese dominio bruto de la altisonancia. No sabemos vivir en otra alegría que no provenga del aturdimiento. 'Nosotros tan gesteros pero tan poco alegres', dice Claudio Rodríguez en un poema titulado precisamente así, 'Gestos'". Después cuestiona el término "feria" y propone una vuelta a los libros. A los de verdad. A los literarios. Y los defiende con tres poemas: "Cuanto puedas", de Cavafis; "El único beneficio", de Marcial; y "Peregrino", de Cernuda. "Esos son los verdaderos textos de autoayuda que todos necesitamos. No están en los manuales de los autores más vendidos (qué irónica verdad contiene, por cierto, esta expresión). Están en la memoria colectiva de la literatura. Son universales. Han llovido años sobre ellos pero no se han secado. Sus palabras mantienen todo el jugo. Trascienden el tiempo". Y sigue: "El territorio del lector es el de la libertad. No sé si lo he llegado a decir con claridad. Leer es un acto de amor. Y no hay nada más exento de reglas, de obligaciones, que el amor. Por eso, en un mundo en que nos asfixian los dictámenes, los avisos y las ortopedias mentales hay que considerar más que nunca al lector, en paralelo con el escritor, como un disidente". "Eso es leer: sentir otra llamada. Di-sentir". Y más adelante: "Por eso, el aliado natural del escritor es el lector, no es el erudito ni el crítico que pontifica y descubre las suturas de una novela o de un poema como si se sintiera por encima del prestidigitador por el mero hecho de descubrir el truco. Es entonces el momento en que el lector, el verdadero lector, el disidente, abandona ese territorio usurpado, alzado en nombre de un poder, de un propósito comercial o de la adquisición de un crédito. El único espacio en que cabe la alegría lectora –y volvamos al viejo Verne: “donde hay obligación no hay alegría”– es ese espacio de complicidad en la voluntad de salir del mundo agarrado a unas cuantas palabras luminosas. Frente a la tristeza de las militancias, la del lector es una elección plena de libertad en el jardín revuelto de unas páginas, de unos papeles que nos llevan a cualquier sitio menos a Panamá; de esas tramas de narraciones desasosegantes, bien distintas a las tramas que pudren la vida política de un país calcinado por la vergüenza. Frente a la cultura como comercialización, como superstición o como espectáculo, está la aventura radical de leer un libro desde esa disidencia para mostrar al mundo la luz oscura del descontento. Solo falta saber elegir libros. Una Feria podría ser una iniciativa responsable de respeto hacia las palabras y no la ocasión de vender bocadillos de humo. Vivimos rodeados de basura: programas basura, imágenes basura, comida basura, tiempo de la basura… También hay libros basura." Y termina: "Un aviso modesto, excesivo tal vez, para que la lengua de los políticos y la de los economistas –las lenguas que dominan el pulso del mundo– no apaguen con su falaz altisonancia el idioma natural de toda persona: el que le llega al corazón. Ellos no lo ocupan todo. Hay una legión de hombres y mujeres que se retuercen para no dejarse domesticar por completo. Son los lectores. Cuídenlos. A muchos de ellos se les reconocerá porque no se acercan a reductos donde vedettes, cocineros, gurús y doctores tratan de vender el crecepelo de sus productos. Ojalá que estos juicios algo airados hagan recapacitar en nuestra ciudad sobre la necesidad de recobrar antes de que sea demasiado tarde el resplandor y la dignidad de las palabras".
Gracias, Tomás.
(Nota: Porque todo está en Internet, en la página de Tam-Tam Press se puede leer íntegro el discurso. No es igual que en papel, pero...)
A partir de un verso de Berceo, escrivir en tiniebra es un mester pesado, TSS afirma al empezar: "El escritor es el que se dedica a sacar agua de la oscuridad. Si es que la saca. Escribir es algo incierto que exige apartamiento y penumbra. Tengo siempre a punto una respuesta prefabricada para esa pregunta que habitualmente se hace: “¿Qué es un escritor?” Digo siempre –lo sigo diciendo porque creo en ello– que ante todo un escritor no es una figura social. No es alguien que deba intervenir en los jaleos públicos que iluminan –pero con luz de gas– el oleaje del mundo. No es hombre o mujer de tertulias, de concursos, de entrevistas atadas a la banalidad… El escritor es otra cosa: un medio monje, un medio ladrón, un medio mendigo. Eso creo. Escribe en una soledad conventual; entra a saco en palabras de otros para llevarse algo entre las uñas; se encuentra a menudo como un menesteroso, suplicando una palabra que llevarse a la boca para seguir comprendiendo un poco más al mundo". Tras asumir con orgullo el papel de pregonero y preguntarse por su significado y jugar con la palabra en distintos contextos, pasa a ejercer de tal no sin antes calificarse como "incómodo, crítico, lenguaraz". "No un incauto enredado en un discurso de circunstancias, tan pomposo como inocuo". Y ahí empieza el meollo de la cuestión, donde dice: "Este es un país de gestos y de ruido. Un país desde siempre sobreexcitado socialmente en espacios donde reinan la estridencia y el desconcierto: en bares y en cafés, en estadios, en plazas de toros, en reuniones de las comunidades de vecinos (de donde vendrá, sin duda, la tercera guerra mundial), en tertulias y debates de gallinero… Tener razón, para los españoles, siempre se ha identificado con la altisonancia". Sí, "este es un país de pregoneros. A la hora de actuar nos quedamos en eso: en una galería de gestos y en ese dominio bruto de la altisonancia. No sabemos vivir en otra alegría que no provenga del aturdimiento. 'Nosotros tan gesteros pero tan poco alegres', dice Claudio Rodríguez en un poema titulado precisamente así, 'Gestos'". Después cuestiona el término "feria" y propone una vuelta a los libros. A los de verdad. A los literarios. Y los defiende con tres poemas: "Cuanto puedas", de Cavafis; "El único beneficio", de Marcial; y "Peregrino", de Cernuda. "Esos son los verdaderos textos de autoayuda que todos necesitamos. No están en los manuales de los autores más vendidos (qué irónica verdad contiene, por cierto, esta expresión). Están en la memoria colectiva de la literatura. Son universales. Han llovido años sobre ellos pero no se han secado. Sus palabras mantienen todo el jugo. Trascienden el tiempo". Y sigue: "El territorio del lector es el de la libertad. No sé si lo he llegado a decir con claridad. Leer es un acto de amor. Y no hay nada más exento de reglas, de obligaciones, que el amor. Por eso, en un mundo en que nos asfixian los dictámenes, los avisos y las ortopedias mentales hay que considerar más que nunca al lector, en paralelo con el escritor, como un disidente". "Eso es leer: sentir otra llamada. Di-sentir". Y más adelante: "Por eso, el aliado natural del escritor es el lector, no es el erudito ni el crítico que pontifica y descubre las suturas de una novela o de un poema como si se sintiera por encima del prestidigitador por el mero hecho de descubrir el truco. Es entonces el momento en que el lector, el verdadero lector, el disidente, abandona ese territorio usurpado, alzado en nombre de un poder, de un propósito comercial o de la adquisición de un crédito. El único espacio en que cabe la alegría lectora –y volvamos al viejo Verne: “donde hay obligación no hay alegría”– es ese espacio de complicidad en la voluntad de salir del mundo agarrado a unas cuantas palabras luminosas. Frente a la tristeza de las militancias, la del lector es una elección plena de libertad en el jardín revuelto de unas páginas, de unos papeles que nos llevan a cualquier sitio menos a Panamá; de esas tramas de narraciones desasosegantes, bien distintas a las tramas que pudren la vida política de un país calcinado por la vergüenza. Frente a la cultura como comercialización, como superstición o como espectáculo, está la aventura radical de leer un libro desde esa disidencia para mostrar al mundo la luz oscura del descontento. Solo falta saber elegir libros. Una Feria podría ser una iniciativa responsable de respeto hacia las palabras y no la ocasión de vender bocadillos de humo. Vivimos rodeados de basura: programas basura, imágenes basura, comida basura, tiempo de la basura… También hay libros basura." Y termina: "Un aviso modesto, excesivo tal vez, para que la lengua de los políticos y la de los economistas –las lenguas que dominan el pulso del mundo– no apaguen con su falaz altisonancia el idioma natural de toda persona: el que le llega al corazón. Ellos no lo ocupan todo. Hay una legión de hombres y mujeres que se retuercen para no dejarse domesticar por completo. Son los lectores. Cuídenlos. A muchos de ellos se les reconocerá porque no se acercan a reductos donde vedettes, cocineros, gurús y doctores tratan de vender el crecepelo de sus productos. Ojalá que estos juicios algo airados hagan recapacitar en nuestra ciudad sobre la necesidad de recobrar antes de que sea demasiado tarde el resplandor y la dignidad de las palabras".
Gracias, Tomás.
(Nota: Porque todo está en Internet, en la página de Tam-Tam Press se puede leer íntegro el discurso. No es igual que en papel, pero...)