13.11.16

Primera entrega

Al umbral de las horas (Valparaíso) es el primer libro que publica Mario Vega (Oviedo, 1992), estudiante en la Universidad ovetense y editor de la revista maremágnum de arte y poesía; uno de tantos poetas, por cierto, de cuantos pululan, y para bien, por las calles de esa ciudad de la cultura donde el magisterio de García Martín, ya se comentó aquí, no puede ser esquivado. Dentro de ese amplio, plural grupo, que no empieza precisamente hoy, predomina una marcada línea experiencial o figurativa, la más cercana a su promotor y a la que pertenecería Vega; la misma que impulsa la revista Anáfora, la última de las inspiradas por el de Aldeanueva. Bastaría con señalar que la nota de la contracubierta del libro está firmada por Luis García Montero, quien, entre otras cosas, dice: "El poeta da ejemplos de admiración y de personalidad. El conocimiento de la poesía clásica y la herencia de sus maestros, que son convocados de forma directa o indirecta, se equilibra con una personalidad en la que inteligencia y sentimiento sirven para evocar, meditar, vivir y crear emociones. La poesía de Mario Vega es regreso, instinto de plenitud y pérdida, soledad y diálogo. Su memoria es un verdadero punto de partida. Su relación con el lenguaje quiere evitar los excesos y las rutinas. Quien sabe desde joven sentirse acompañado por la poesía puede acompañarnos con su palabra a los demás, convertirnos desde hoy en sus lectores". Y sí, de compañía puede hablar este lector que casi lo primero que querría destacar es que el libro venga sin la muleta de un premio; cosa rara, sin duda.
La juventud sería el asunto capital del libro. ¿Cómo iba a ser de otra manera? Y ya allí, el amor (al que dedica la serie "Amarilis"). Un amor diluido y sucesivo, por las almas y los cuerpos de diferentes muchachas en flor. Y con la juventud y el amor, claro está, los veranos. Y los recuerdos de playas y de chicas y amigos y atardeceres. A un paso de la infancia, la memoria evoca también momentos felices. 
Apoyado en los clásicos, ya se dijo (traduce a Catulo, cita a Marcial, Propercio y Píndaro), y en los contemporáneos (cercanos como LGM, Felipe Benítez Reyes, Fernando Ortiz -al que dedica un poema y con versos suyos cierra el libro- y Víctor Botas, o más alejados como Cavafis, Eliot, Cernuda, Gil de Biedma y Ángel González), la poesía de Vega, donde no faltan sonetos y tankas, transita por caminos conocidos o reconocibles, acaso demasiado frecuentados. Estamos, no se olvide, ante una ópera prima que, sin embargo, al decir de su mentor "es un excelente primer libro porque muestra ya las cualidades de Mario Vega y anuncia un camino abierto del que se puede esperar mucho". Eso es lo que deseamos y lo que se atisba en la parte final del libro, más desengañada y menos previsible, donde no faltan referencias a la soledad o a la muerte, donde encontramos poemas como "Al umbral de las horas", el que da título a la obra, o "La madurez", donde leemos: "La madurez tan solo es una máscara / que nos oculta el miedo a morir jóvenes". Antes, poemas como "La orilla", "Poética", "La tarde", "El tiempo" o "Desmemoria" nos confirman que hay, digamos, poeta. El que escribe: "La vida es bella en su imprecisa calma". El de "Introito":

Mi juventud lograda en tantos años,
mi rebeldía, mi inocencia intacta
las perdí en el instante
en que tomé la grave decisión
de medir estos versos
y entregártelos libres de ceniza,
sin las manchas que poco a poco, lento,
el paso de los días va dejándonos;
sin aquellas palabras que me llevo,
que arrastro y me hacen ser umbrío, necio,
y transido de vida.