17.6.18

Antonio Sánchez-Ocaña, ASO

El periodista placentino Antonio Sánchez-Ocaña murió de improviso el pasado viernes, lejos de su ciudad natal, que celebraba sus Ferias. Estaba, como tantos paisanos, en una playa del sur. Junto a su mujer, nuestra querida Margari, una persona cariñosa y simpática. La noticia ha sorprendido, sí, a propios y a extraños. Era joven aún, deportista, se cuidaba... Ya se ve que la muerte no atiende a razones. 
Para los de aquí, ASO, que es como firmaba en el diario HOY, su periódico de toda la vida, de donde salió también precipitadamente por culpa de la crisis y los eres, siempre será el que acuñó, para referirse a Plasencia, lo de "La Muy". Pura, inteligente ironía. El que tanto y tan bien informó sobre cuanto ocurría, ya fuera con su nombre, sus siglas o bajo el seudónimo de Gil Vetón. 
Recuerdo bien cómo lo conocí. Fue en los portales de la plaza. Entonces era estudiante, llevaba un precioso plumífero azul y caminaba cabizbajo y solitario. Muchos años después, acabó de personaje en una de mis novelas; o en las dos, no recuerdo bien. Siempre he creído, me lo comentaba Santiago Antón en el tanatorio, que detrás del periodista se escondía un escritor. Por sus artículos...
Cuando lo del premio "Extremeño de HOY", me hizo mucha ilusión que me lo entregara él. Quedó registrado en una fotografía que veo cada vez que visito a mi madre, porque la tiene puesta encima de una mesa con retratos familiares. Y ya que menciono esos galardones, qué buenas eran sus crónicas de sociedad, inigualables a las de nadie por estos pagos. Dignas del ¡Hola!, pero del de verdad, no del de ahora. Creo que disfrutaba en esas distancias. 
Fue bloguero. A quien imagino detrás de la creación del Legado Miguel Sánchez-Ocaña, su padre, ya en poder de todos los ciudadanos a través del Ayuntamiento. En la actualidad, trabajaba en Mérida como jefe de prensa de Ciudadanos en la Asamblea de Extremadura, pero nos veíamos con frecuencia. Casi siempre a la orilla del río, por donde ambos teníamos por costumbre pasear. Era muy elegante y educado y nunca llegamos a romper -de tímido a tímido, supongo- una sobria cordialidad en el trato. Se lo decía a su hermano pequeño, el padre de Piro (al que su tío apoyó decididamente), que además de estimar a Antonio, lo admiraba. Fue una suerte conocerlo y, para esta ciudad tan vinculada a su extensa familia, un lujo haberlo tenido de cronista. Habrá que reconocérselo de alguna manera.