El pasado 30 de abril fui invitado por el instituto 'Valdemedel' de Ribera del Fresno a un encuentro literario con sus alumnos de 4º de la ESO dentro de la campaña del Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura "Todo sucede al leer". Tras la charla, la conversación y el recitado, me invitaron a subir al aula de plástica para ver un mural con el rostro de la añorada Dulce Chacón que han realizado los muchachos con un sencillo bolígrafo bic. Lo que no me imaginaba es que, al entrar, iba a ver lo que vi. De eso va este poema, escrito de memoria, cosa rara en mí, mientras daba mi paseo habitual a orillas del Jerte, otro río, como el que da nombre al mencionado instituto. Un par de días después de aquella, digamos, visión. Aunque dedicado a Fran, es también para los educados alumnos que me escucharon (y los de Formación Profesional Básica de Cocina y Restauración que nos ofrecieron antes un delicioso desayuno), las competentes profesoras que les enseñan (Merche, Esperanza, Remedios, Jone...), su director (mi viejo amigo Ángel Bernal) y para el precioso pueblo de Ribera del Fresno, más que calles blancas, casas señoriales, historia, vino, cultura y paisaje. Como un ribereño más. Si me dejan, así me siento.
EN RIBERA DEL FRESNO
A Fran Amaya, que lo vio conmigo
A poco de cumplir sesenta años
pocas vistas resultan sorprendentes,
por más que lo de fuera siempre asombre.
Sin embargo, en Ribera, esta mañana
la mirada perpleja del viajero
ha observado otra vez ese milagro.
Tras el gran ventanal, como si un cuadro,
tierra roja, las vides alineadas,
el verde de los brotes y el marrón
de los menudos troncos retorcidos.
Al fondo unos alcores con olivos.
Encima, solo el cielo: puro azul.
Un ortegamuñoz ante los ojos.
El suelo original. Lo nunca visto.