28.5.20

La cubierta de "Porque olvido", Bernal y el Carlos


En una extensa carta privada con la que acusa recibo de Porque olvido, el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Extremadura y académico de la Extremeña, mi querido amigo José Luis Bernal Salgado, poeta, escribe: «La cubierta es espléndida, y aunque la imagen remite a un paisaje alejado de tu ribera placentina, que tanto amas, algo hay de ella en la atmósfera melancólica de Corbet. Obviamente el significado de la imagen cuadra de maravilla con el libro por razones poderosas de naturaleza simbólica (me acuerdo, por ejemplo, del maravilloso poema de Dámaso "A un río le llamaban Carlos")». 
Con la agudeza lectora que le caracteriza, Bernal consiguió sorprenderme. No recordaba ese poema de Alonso, lo confieso. Además de releerlo y comprobar la pertinencia de la cita, he investigado un poco sobre él. Tiene mucha enjundia y forma parte de su libro Hombre y Dios (Málaga, El Arroyo de los Ángeles, 1955). Abrió, además, el primer número de la revista cubana Ciclón (la de Piñera, complementaria de Orígenes, la de Lezama) en enero de aquel mismo año, cuatro antes de que José Luis y yo naciéramos. 
Debajo del título, y entre paréntesis, se indica: "Charles River, Cambridge, Massachusetts" (el río al que se refiere el poema, evidentemente, que recorre 80 millas del norteño estado norteamericano), y está fechado en Dunster House, "una de las doce casas residenciales de pregrado en la Universidad de Harvard", según la socorrida Wikipedia, donde residió el poeta del 27 como profesor invitado. Creo que merece la pena copiarlo aquí. 

A UN RÍO LE LLAMAN CARLOS

(Charles River, Cambridge, Massachusetts)

Yo me senté en la orilla;
quería preguntarte, preguntarme tu secreto;
convencerme de que los ríos resbalan hacia un anhelo y viven;
y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo que a ti te llaman Carlos).
Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte
por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.
Dímelo, río,
y dime, di, por qué te llaman Carlos.
Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras
(genero, especie)
y qué eran, qué significaban «fluir», «fluido», «fluente»;
qué instante era tu instante
cuál de tus mil reflejos, tu reflejo absoluto
yo quería indagar el último recinto de tu vida
tu unicidad, esa alma de agua única,
por la que te conocen por Carlos.
Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye
entre edificios nobles, a Minerva sagrados
y entre hangares que anuncios y consignas coronan.
Y el río fluye y fluye, indiferente.
A veces, suburbana, verde, una sonrisilla
de hierba se distiende, pegada a la ribera.
Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada del invierno para pensar por qué los ríos
siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.
Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.
Y tu fluías, fluías, sin cesar, indiferente
y no escuchabas a tu amante extático
que te miraba preguntándote
como miramos a nuestra primera enamorada para saber si le fluye un alma por los ojos,
y si en su sima el mundo será todo luz blanca
o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga que besa.
Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en la sombra de los quince años,
entre fiebres oscuras y los días—qué verano— tan lentos.
Yo quería que me revelaras el secreto de la vida
y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.
Yo no sé por qué me he puesto tan triste, contemplando
el fluir de este río
Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.
El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién la llora.
Pero sé que la tristeza es gris y fluye.
Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.
Todo lo que fluye es lágrimas.
Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dónde viene la tristeza.
Como yo no sé quién te llora, río Carlos,
como yo no sé por qué eres una tristeza
ni por qué te llaman Carlos.
Era bien de mañana cuando yo me he sentado a contemplar el misterio fluyente de este río,
y he pasado muchas horas preguntándome, preguntándote.
Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;
preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:
¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río?
Dime, dime qué eres, qué buscas,
río, y por qué te llaman Carlos.
Y ahora me fluye dentro una tristeza,
un río de tristeza gris,
con lentos puentes grises, como estructuras funerales grises.
Tengo frío en el alma y en los pies.
Y el sol se pone.
Ha debido pasar mucho tiempo.
Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos, siglos, eras.
Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un tiempo lentísimo.
Han debido pasar todas las lágrimas del mundo, como un río indiferente.
Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mucho tiempo
desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas
de esta tristeza, de este
río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.


Dunster House, febrero de 1954.




Imagen tomada del blog "Historias no académicas de la literatura"




NOTA: Releyendo para una reseña Diario de un poeta recién casado, me encuentro con otra referencia al Carlos (así escrito también). En el poema LXVII, "Fililí", fechado en Boston el 17 de marzo. Michael P. Predmore lo explica en una nota de su ejemplar edición de Cátedra.