24.5.20

Enrique García Fuentes lee "Porque olvido"


El crítico Enrique García Fuentes publicó ayer el suplemento Trazos del diario HOY de Extremadura esta reseña de Porque olvido. Gracias.

Para que recordemos

El lector encontrará un repertorio de vivencias muy personales, algunas centradas en lo literario y otras en el estricto ámbito de su vida familiar y profesional.

La verdad es que con esto de los blogs uno (y ahora es el que firma quien sustituye con el indefinido a la primera persona del singular, cosa que nuestro Álvaro Valverde hace inveteradamente y ya es marca de la casa), uno, digo, no sabe a qué carta quedarse. Dentro del ámbito estrictamente literario, algunos de mis mejores amigos escritores lo tienen y lo airean con periodicidad (el maestro Pecellín, Pérez Walias, Miguel Ángel Lama, Simón Viola –que me dijo encarecidamente hace ya tiempo que yo me hiciera uno, cariñoso consejo al que no hice caso–, Elías Moro, el propio Álvaro Valverde, Eduardo Moga y un montón más que omito por dejar espacio). Del mismo modo, sin embargo, otros tantos de mis más íntimos, insisto, en el ámbito literario, no lo tienen: Luis Sáez, Marino González, José M. S. Paulete, Eduardo Achótegui, Pilar Galán –de quien recuerdo su vitriólica opinión en contra de ellos–, Antonio Sáez, Jorge Márquez o Juan Ramón Santos (aunque este me parece que algo tiene, o parecido). Seguro que se me escapa alguno (de uno u otro lado), porque lo cierto es que, habitualmente, no suelo seguirlos; me interesa más lo que escriben en papel: me parece que los dota de más entidad como literatos. Nuestro invitado de hoy también confiesa esta misma opinión y tal vez por eso (entre otras cosas) decide, como ya han hecho otros (los ya nombrados Pecellín, Elías o Moga, por decir algunos) convertir algunas de las entradas de su exitoso blog (que acertadamente prefiere denominar «rincón» –alguna vez «bitácora»– y que se llama Mayora) en este voluminoso ejemplar (con una de las portadas más subyugantes que recuerdo en mucho tiempo) que el lector no debiera tardar en tener entre manos.
Confiesa el autor placentino en el prólogo de su libro (que, por cierto, titula con el lema que preside su bitácora: ‘Solvitur ambulando’) la razón que le ha llevado a publicar en internet sus impresiones y vivencias, en puridad la misma que le conduce inexorablemente a la escritura en general y que se explicita precisamente en el titulo escogido para esta compilación: ‘Porque olvido’. Y adelanta que realiza para su publicación una enorme selección, una gran poda de cuanto viene apareciendo en Mayora, (algo que desdecirían las cuatrocientas páginas del libro, pero téngase en cuenta que la exitosa bitácora –con aportaciones casi diarias y convertida en referencia ineludible para todo aquel que quiera estar al día, no solo en las cuestiones literarias de la región, sino, lo que es más interesante, del ámbito de la poesía mundial de la que Álvaro es un experto catador– ha alcanzado ya los quince años de jugosa, y a veces trepidante, vida). Declara también que ha preferido dejar al margen lo que no considera estrictamente más personal, con lo que no espere el lector opiniones políticas y consuélese con escasísimos comentarios de cuestiones muy particulares de la vida pública y cotidiana en general. Sí lamento particularmente que la poda se haya extendido a la práctica totalidad de sus siempre atinadas reseñas poéticas porque es para lo que más suelo consultarlo.
En suma, que lo que va a encontrar el lector gustoso es un repertorio de vivencias muy personales, algunas centradas en lo
literario (presentaciones de libros, actos de diversa índole en los que el autor nos transmite la impresión –creemos que sincera– de que, paradójicamente, no parece disfrutar mucho: queden como constancia de lo dicho sus continuas alusiones a las rápidas escapadas y despedidas, casi a la francesa –«hacer un Valverde» lo llama el cachondo de Jordi Doce–, que realiza de estos saraos) y otras centradas en el estricto ámbito de su vida familiar y –escasamente– profesional (Álvaro Valverde ha ejercido casi toda su vida como lo que siempre se llamó «maestro de escuela») que son aquellas en las que encontramos su verdadera dimensión de persona «humana» (a decir de los catetos) y para las que confieso que admiro su valor a la hora de expresarlas tan descarnadamente, asomando su interioridad a los demás en un ejercicio de exposición donde se notan rápidamente los apuros, dudas, temores e incertidumbres en el momento de afrontarlos. Y no solo por su exhibición tal cual, sino también por su plena conciencia de ser (otro leit-motiv del texto) una persona anodina, sin excesivas notoriedades en casi ningún ámbito y poco dada a emociones y a salidas de tono. De verdad que a uno (yo) le costó creerse ese momento –que, pleno de pudor, cuenta– en el que acaba dando botes con sus alumnos en la fiesta de final de un curso.
Y una lamentación sincera, por lo que nos toca a todos en realidad: muchas veces estos textos aquí recopilados se acaban convirtiendo en un rosario de evocaciones de seres queridos que nos van abandonando. Sea del exclusivo ámbito familiar y conciudadano del autor, o respondan al recinto de lo literario y cultural (omnipresencia del recuerdo de Ángel Campos y Fernando Pérez y cierre de nuestra entrega con el óbito de Julián Rodríguez) entristece ver el importante caudal de gente ilustre que le (nos) va dejando. Me quedo –con toda sinceridad, porque también los comparto– con el de las aguas que contempla correr extasiado en sus paseos por su comarca y la impresión siempre bienaventurada del trino de los mirlos que con tanto gusto evoca en estas tan entretenidas como emocionantes páginas.