18.11.20

Pepa























La casualidad ha querido que el mismo día que se publicaba en PlanVe una reseña mía titulada "Ladridos", sobre el último libro de Juan Ramón Santos, Pepa, la perra de mi hija Leticia, una pequeña ladradora profesional, muriera en Cáceres a los trece años de edad. Una lástima. 
Nunca he tenido perros, más bien los temo. Desde la infancia. Eso no significa que a lo largo de mi vida -lo saben quienes me han leído- no haya convivido con unos cuantos, sobre todo en el molino (Nana, por ejemplo). De razas distintas y comportamientos diferentes. Nunca se portaron mal conmigo, reacio a las caricias y otras zalamerías propias de quienes tratan asiduamente a esos animales. No, ya que lo menciono, no soy animalista, en ningún sentido (abomino de las radicalidades), lo que no obsta para que sienta una pena enorme por la muerte de un ser que sin duda alegró nuestra existencia. Mucho más la de nuestra hija, a quien dio cariño y compañía, lo que no es poco. Por ella lo siento más que por nadie. Por ella y por Carlitos, que ha compartido la tutela de la perrina desde que nació. 
Ahora me arrepiento un poco de mis quejas por sus pelos (los fabricaba industrialmente, puedo asegurarlo), que han quedado entre los asientos del coche o en algunas prendas y enseres de esta casa. Cuando la cuidábamos, lo que ocurrió pocas veces, me gustaba sacarla a pasear. Mucho menos recoger sus deposiciones, lo que hacía sin discusión, para compensar la falta de responsabilidad de esos guarros que nos ensucian sin miramientos las calles a diario. 
De entre los recuerdos, sus estancias veraniegas en Conil, donde disfrutaba muy temprano de la playa. 
Pepa enfermó gravemente hace unos días y han tenido que tomar, con la veterinaria, una decisión tan drástica como dolorosa. Pero pueden estar tranquilos: le han dado la mejor vida posible, la menos "perra", si se me permite el uso del viejo adjetivo, de cuantas Pepa pudo llevar. Fue una perrina muy querida y quienes tuvimos la suerte de tratarla no la vamos a olvidar.