Buenas
noches. Autoridades, señoras y señores, familiares, queridos amigos.
Mis
primeros recuerdos de Pedro de Trejo se remontan a mi infancia, cuando me
acercaba con mi tío Paco hasta su sede, en aquel caserón esquinado y umbrío de
la plazuela de El Salvador, para celebrar con algunos miembros de la asociación
la fiesta de Navidad.
Además
de a su actual presidente, en lo personal, esta asociación está vinculada al
erudito Manuel Díaz López, pariente mío (por eso, en casa, se le llamaba cariñosamente
Manolito), funcionario del Ayuntamiento (como mi abuelo Vicente y mi madre),
cordial conmigo en el tímido trato, al que visité una vez en su misteriosa casa
de la calle Pizarro (ahora de La Tea), llena de cómics y de libros, antes de
una procesión de la cofradía de la Vera Cruz, de la que fui penitente.
Fue el responsable
de la excelente elección del nombre de este ateneo, tomado del novelesco poeta
placentino emigrado a México que, joven aún, y condenado a galeras, desapareció
para siempre después de embarcarse. Un infausto final que no vislumbró al
escribir estos versos: Quando me den
sepoltura / en aquesta triste vida, / en mi tumba esté esculpida / mi Razón y
desventura.
Don Manuel –hombre ensimismado, tan singular como solitario,
siempre pegado a su paraguas negro– forma parte, junto a otros venerables (como denominaba don Román
Gómez Guillén, compañero de claustro en el Seminario Menor, al núcleo duro de Pedro de Trejo), don
Manuel forma parte, decía, del elenco de personajes, más o menos inventados, de
mi segunda y última novela: Alguien que
no existe, lo que no deja de ser una suerte de homenaje.
Uno ya ha contado que duró como
afiliado de esta asociación cultural el mismo tiempo que algunos famosos poetas
españoles del 50 en el Partido Comunista: un rato. Y todo, o casi, por incluir en
una modestísima revista tirada a ciclostil que llevaba su logo, impresa con la
ayuda de la recién creada oficina del Ministerio de Cultura en Plasencia (donde
trabajaban mi pariente Pedro Berrocoso y su amigo Juan Paiva) unos cuantos
poemas vanguardistas (versos ajenos, por supuesto, ya que uno siempre ha sido
poco dado a los volatines, siquiera fueran literarios), ingenuas composiciones pirotécnicas
que, con todo, consiguieron molestar a los directivos de esta santa casa.
Una casa vetusta (en el mejor
sentido), pues su trayectoria es larga. Pionera en la defensa de la cultura en
una tierra marcada por la incuria. E independiente, lo que se demuestra por las
diferentes ideas que sus integrantes sostienen sin que ello les impida reunirse
en torno a un mismo proyecto. Sólo por eso –rara
avis en este país cainita– la muy placentina Pedro de Trejo merece todo mi
respeto.
Ya en 2015, se sintió uno concernido
cuando se concedió el premio “Torre de Ambroz” al Aula de Literatura José
Antonio Gabriel y Galán, que fundamos Gonzalo Hidalgo Bayal y yo, para entonces
dirigida con solvencia por Juan Ramón Santos y Nicanor Gil.
Si repaso la lista de
premiados, no puedo por menos que sentirme cercano a algunos de ellos. Así,
además de al citado Manolo, a don Rafael, el cura bueno e inteligente que nos
casó a Yolanda y a mí hace treinta y ocho años; a mi admirado José Julián
Barriga, voz crítica de la Extremadura civil que no se conforma; o a mi
compañero de jurado en el premio “Gabriel y Galán”, Fernando Flórez del Manzano,
víctima de esta maldita pandemia que no cesa.
Felicito, cómo no, al Círculo
Empresarial Placentino por su reconocimiento; entidad a la que es justo
agradecer su mecenazgo cultural y su afán por desarrollar el comercio y la
industria en esta complicada ciudad de nuestros amores.
Por lo relatado hasta aquí,
resulta fácil deducir que este premio, inmerecido como todos, me honra. Más
allá, en la intimidad de los sentimientos, me alegra. Porque premiáis a la
pobre poesía.
Muchas gracias, en fin, a la
Junta Directiva que ha tenido a bien concedérmelo, y a todos ustedes, a todos
vosotros, por acompañarme.
NOTA: En la fotografía de arriba, con el alcalde Pizarro y el presidente de la Asociación Cultural Placentina 'Pedro de Trejo'.
En las de abajo, uno leyendo el discursino y los premiados, autoridades, empresarios y miembros de la Junta Directiva.
El emotivo acto se celebró en la hermosa capilla De Profundis (dispuesta bajo bóvedas de crucería en
estrella levantadas en el siglo XV) del Parador de Plasencia.
La "torre" está tallada a mano por los hermanos Crespo.