10.11.22

Carta de Lucena (II)


EL VIAJE

Que lo mío son los ralis y los viajes exprés es cosa sabida por cuantos me leen o me conocen. 1.000 kilómetros recorrí entre el 3 y el 4 de noviembre. De Plasencia a Lucena, solo y en mi propio coche, según costumbre. Cómo si no: vivo en Extremadura. El jueves comí en el hotel Santo Domingo de la ciudad cordobesa y el viernes ya en casa. 
Desde aquí hasta el cruce de Zafra, todo es recurrente. Desde allí hasta mi destino, aunque no era mi primera vez, bastante menos. Qué paisaje -el de la Extremadura seca- y qué pueblos fue dejando uno a los lados: Llerena, Azuaga, Granja de Torrehermosa... Más adelante, Espiel, Aguilar de la Frontera (la del poeta Vicente Núñez, que allí nació, vivió y murió, sobre el que acaba de publicar un ensayo Juan Lamillar)... Cerro Muriano sigue evocando en mí el recuerdo de mi tío Paco, coronel de artillería, que trabajó en ese centro de instrucción de reclutas (CIR) durante años, y de mi tía Mari (la única hermana de mi padre) y de mis primos cordobeses (de Melilla), especialmente Mon. 
Comí solo (y bien) en el espléndido patio del hotel. Entre plato y plato, bendita casualidad, llegaron a mi buzón de correo electrónico las primeras pruebas de mi próximo libro y la imagen de la cubierta con la ilustración de Retana. Está previsto que lo publique Tusquets en febrero. Una alegría, a qué negarlo. Y un susto también: cuántas dudas de última hora. 
Descansé un rato y salí a dar un paseo con mi anfitrión. Corto pero suficiente para ver la torre del Castillo del Moral, prisión de Boaddil, último sultán del reino nazarí de Granada, tras su captura en la Batalla de Lucena de 1483. También la impresionante Capilla del Sagrario de San Mateo, de planta octogonal (como la torre del castillo), una joya del barroco. Y qué barroco. ¡Exuberante! La de la imagen de arriba. 
El acto de presentación se celebró en la Casa de los Mora, un viejo convento de una ciudad llena de edificios monumentales; de palacios como el de los Condes de Santa Ana, por ejemplo, justo al lado. 
Después de saludar al alcalde, Juan Pérez (que me dio recuerdos para el mío, Fernando Pizarro, al que conoció en una reunión de la Red de Juderías), y a la concejala de Cultura, Mamen Beato, pasamos a la sala. Una especie de galería acristalada que da a un patio donde en pleno noviembre aún florece el jazmín. Lo primero, la música: al violín, Domingo Escobar; al piano, Antonio Henares. Sus interpretaciones fueron lo mejor de la velada. 
Habló Jacob Lorenzo. Se ve que me ha leído, y con afecto, a tenor de sus elogios. Tomé la palabra para agradecer al Ayuntamiento su labor de patrocinio de el Orden del Mundo y a mi presentador sus gestiones y, cómo no, su encomiástica introducción, donde no faltó el fino análisis propio del filólogo que es. Y el poeta, claro está. Su último libro Nieve sucia, fue premio 'Eladio Cabañero' (también es premio 'Ciudad de Badajoz' y 'Félix Grande') y en Reino de Cordelia publicó Tankas del samurái, donde, sin saberlo, aparezco, y no por mis dotes guerreras. 
Dije que me sentía feliz en Lucena, una bonita ciudad provinciana como la mía. En el mejor sentido: de tamaño humano. "Ciudad de los judíos": "Todos los cronistas judíos o musulmanes anteriores al Renacimiento europeo, califican a Lucena 'Ciudad de los Judíos' durante los siglos IX-XII", según leo. "Perla de Sefarad", la denominaron, lo que me llevó a recordar, con ironía, que la de uno es conocida como... "Perla del Jerte". Dos joyas, vaya. 
Precisé que admiro todo lo relacionado con el mundo judío. Y recordé a Steiner. Cómo no fascinarse por una cultura que tiene en el libro su símbolo máximo. 
Mencioné el nombre del desaparecido Manuel Lara Cantizani, director de otra colección poética lucentina: 4 Estaciones, donde hace años leí, pongo por caso, Desmontando el silencio, de Charles Simic, en traducción de Jordi Doce. 
Ponderé la escogida nómina de el Orden del Mundo y nombré a muchos de los poetas que la componen. Poetas de los que me considero lector y en algún caso amigo. En primera fila me escuchaba una de las elegidas: Ángeles Mora. Al día siguiente presentaba su último libro (también en Tusquets) en una librería de su pueblo: Rute. 
Como el libro se regalaba a los asistentes, en torno a la veintena (los que luego dediqué), no me extendí en la justificación de la antología. Lo cuento en una nota final. Leí, en fin, una decena de poemas breves e hice algunos comentarios, los justos, sobre algunos de ellos. Nunca fue más pertinente afirmar que, como sostuvo el cubano Eliseo Diego, la poesía "no es más que una conversación en la penumbra". Bueno, dijo el poema. 
Antes de abandonar la Casa de los Mora, subimos a la primera planta para ver un museo de la escuela que han montado y mantienen un grupo de entusiastas maestros jubilados. Una maravilla. Una de las salas reproduce al detalle un aula de los años cincuenta. En una de las estanterías localicé el nombre de Plasencia: en un ejemplar de la cartilla Rayas. 
Cenamos en el hotel. Ángeles Mora, el joven novelista F. David Ruiz, autor de la exitosa Alma de cántaro, Jacob, el pianista Henares (profesor del Conservatorio Superior de Música de Jaén) y yo. De fondo, el ruido de los asistentes a una promoción de productos fitosanitarios. Por suerte, se fueron pronto. Fue un rato ameno y en grata compañía que un solitario como el que escribe siempre agradece. La Fundación Gala (de la que fue becario Ruiz) y su fundador, los avatares literarios o musicales de cada cual, una visita a Pere Gimferrer (que publica un nuevo libro y que, por lo que veo en La Lectura, sigue bebiendo por el mismo vaso) y otras anécdotas acapararon nuestra atención. No se habló mal de nadie por lo que pudimos irnos tranquilos y felices a la cama no sin antes degustar, a iniciativa del pianista, un chupito de un riquísimo Pedro Ximénez de la cosecha del 84. Que luego apenas durmiera (el acto, la charla, la cama y las almohadas, el viaje...) lo podía imaginar. Madrugué, sin remedio, compré unos piononos en Galleros y partí con la ayuda de Jacob y de su encantadora hija Julia, que me orientaron en la salida hasta la autovía. Mucho mejor que un gps. Gracias. Por eso y por todo. 
Llovía en el Sur. Poco, desgraciadamente. Al dejar atrás Cerro Muriano, el sol se abrió paso, entre algunas rachas de niebla, hasta Plasencia. Hice una sola parada técnica (como en la bajada), cerca de Usagre. Cansado pero feliz llegué a mi casa. Dice Iribarren que "sólo viajamos los que viajamos poco". Me da que tiene razón.